Por Olmedo Beluche

"La política es el reino de las apariencias", ha dicho alguien. De las apariencias y el engaño, agreguemos. El debate sobre la reforma al Código Electoral, con todo su histrionismo y demagogia, tiende a velar los intereses creados en torno a cada postura y las debilidades de nuestro sistema político. Respecto al sistema democrático, hay que distinguir el ideal consagrado en la Constitución de la realidad.

En un sentido formal, una democracia es un sistema político en que el pueblo es el titular del poder político, el cual lo ejerce de manera directa o indirecta. La democracia representativa (indirecta) implica que el pueblo elige a sus gobernantes mediante el sufragio. La Asamblea Nacional, el órgano que hace las leyes, debiera ser el cuerpo político electo que represente al conjunto de la "nación", el "pueblo" o "ciudadanía".

La Asamblea, para ser "democrática", debiera ser un reflejo de la diversidad de ideas que existen dentro de la nación. Mientras que el Ejecutivo, es electo bajo el principio de la mayoría, es decir, el que ha sacado más votos; el Legislativo, para que refleje la diversidad del "pueblo", debe ser electo bajo el principio de la proporcionalidad, o sea, debieran estar representadas las mayorías, pero también las minorías, según los votos obtenidos (Art. 147, acápite 1 de la Constitución).

Ese principio de proporcionalidad no se ha estado cumpliendo en Panamá. Porque existe una cantidad exagerada de circuitos uninominales, que eligen un solo diputado (señalado por un estudio del PNUD de 2010). Y en los circuitos plurinominales porque la forma de distribuir las curules mediante el sistema de cocientes, medio cocientes y residuos, ha negado la representación de las minorías, regalando los residuos a los partidos más votados.

Es cierto que el "voto plancha" (por partido) como se ha implementado no es democrático. Es así porque el Tribunal Electoral y quienes han detentado el poder han querido imponer un sistema bipartidista (PRD-Panameñismo) en desmedro de otras propuestas políticas incluyendo las de "libre postulación" o independientes. Pero el problema no está en la "plancha", sino en la forma arbitraria de distribuir el residuo.

¿La propuesta de Cambio Democrático, falsamente llamada de "un hombre un voto", resuelve el problema? No. Lo empeora porque destruye el principio de la proporcionalidad al imponer el criterio de que se asignen las curules sólo a los que más votos sacan. La aplicación consecuente de esa propuesta podría llevar a que en un circuito plurinominal salgan electos candidatos de  solo dos partidos.

Esa es la fórmula mágica para que la mayoría espuria que ha conseguido CD, con los tránsfugas, tengan la esperanza de ser reelectos en 2014. La propuesta del CD nos lleva de vuelta al sistema oligárquico que hizo crisis en 1968, en la que unos cuantos políticos apoyados en el poder del dinero, caciques locales, controlaron la Asamblea por décadas.

El sistema electoral panameño requiere una transformación profunda para que llegue a ser democrático: límite a las donaciones y a los gastos de campaña, un reparto de las curules que atienda a la proporcionalidad, baja de la cuota de adherentes para inscribir nuevos partidos y candidaturas independientes, etc. Pero esa democracia real sólo será posible cuando el pueblo salga a exigirlo e imponga una Asamblea Constituyente originaria.