Por Olmedo Beluche

A la memoria de

Celia Hart Santamaría

Casi por casualidad cayó en mis manos el libro Filosofía de la nación romántica (Seis ensayos críticos sobre el pensamiento intelectual y filosófico en Panamá, 1930-1960), de Luis Pulido Ritter. Diría que me gané la lotería, pues ha sido una lectura provechosa y amena, que he disfrutado como pocas de un autor “nacional”, no sólo por lo que dice, sino por el cómo lo dice. Quienes me veían reír con el libro en las manos, en la biblioteca “Diego Domínguez Caballero” (¡qué casualidad!), habrán supuesto que perdía la cordura. Es que Pulido, a secas,  como le llamamos sus compañeros de estudio, no ha dejado títere con cabeza y trata de manera herética la obra de los referentes del “pensamiento nacional” de mediados del siglo pasado.

Quienes conocemos a Pulido, y hemos seguido su trayectoria, no nos extraña la agudeza de sus reflexiones en este libro, que fue ganador del Premio “Ricardo Miró” 2007, con cual se ha superado a sí mismo y ha alcanzado la plena madurez intelectual. Este ensayo deja en claro la erudición del sociólogo, que ya con veintipocos años leía asiduamente a los clásicos famosos del Mayo Francés.  Erudición respecto de la filosofía alemana, país al que emigró, pero también erudición respecto del pensamiento panameño, literario y ensayístico. Pulido carga con una herencia genética que le viene, por linaje materno, de una familia de altos quilates intelectuales.

Vamos al grano. Filosofía de la nación romántica es una relectura crítica del “pensamiento panameño” en torno al “ser nacional”. Al estilo de Jacques Derrida, es una deconstrucción textual de los diversos “discursos” (filosóficos, históricos y literarios) sobre la “nación panameña”. Su abordamiento del asunto es a la manera postmoderna: “No ha sido mi preocupación principal analizar los orígenes de la nación romántica, sino más bien su fundamentación (construcción discursiva) en los textos y de aquí que cada lector tiene la libertad de entrar en este libro como mejor le parezca” (P.9).

Su lectura crítica está teñida del método propuesto por la corriente que se ha dado en llamar “Modernidad/Colonialidad”, es decir, poner al descubierto las falacias “cientificistas” del discurso de la modernidad impuesta por el colonialismo (como parte de lógica del poder) del Norte hacia el Sur, pero sus conclusiones se alejan de esa corriente. Su debilidad metodológica es la ausencia de una relación entre las ideas que se analizan y la realidad social que les dio origen.

¿Por qué, a ciento veinte años de establecida la República de Panamá, seguimos debatiendo respecto a la “nación panameña”, su esencia, su legitimidad, su realidad o su mito? Definitivamente que algo ha pasado y pasa en Panamá para que este asunto, aún en quienes aspiramos a “superarlo” (en términos hegelianos), como es el caso de Pulido, seguimos entrampados en ese tema como central en el “pensamiento panameño”. La respuesta a esa pregunta no la vamos a encontrar en el pensamiento puro, sino en la realidad social e histórica concreta.

Luis Pulido Ritter establece que hay en la tradición intelectual panameña, de diferentes orígenes sociales y políticos, un enfoque “romántico” sobre la nación, que nace desde Belisario Porras (Carta a un amigo, 1904); sigue con Ricardo J. Alfaro (al fundar la Academia Panameña de la Lengua, 1926); pasa por los poetas republicanos (Ricardo Miró, Gaspar O. Hernández) criticados por Roque J. Laurenza en su célebre ensayo (Los poetas de la generación republicana, 1933); sigue por los novelistas de mitad de siglo (Ramón H. Jurado, Joaquín Beleño, Octavio Méndez Pereira y José I. Fábrega); y ensayistas como Diógenes De La Rosa y Eusebio A. Morales; adquiere su dimensión filosófica con Ricaurte Soler, Isaías Gracía y Diego Domínguez Caballero; para convertirse en filosofía de la historia con Carlos Gasteazoro.

Para Pulido, la “nación romántica” panameña es una “crítica antimoderna de la modernidad en el país – de los elementos que marcan la identidad, la nacionalidad, la pertenencia a un pueblo como la sangre, la tradición, la religión, el lenguaje…” (P. 10). Según Pulido, ese discurso romántico de “lo nacional” estaría teñido del “arielismo” (José Enrique Rodó) antiimperialista (creo que no usa el concepto) propio de la “colonialidad” de la guerra fría del siglo XX.

La idea es que lo más granado de la intelectualidad panameña del siglo XX construyó un modelo de la “nación” como reacción al esquema de “modernidad” que se nos impuso con un canal enajenado por intereses extranjeros y un país “invadido” por extranjeros, principalmente obreros afroantillanos, que ponían en peligro la “patria criolla” (hispanohablante, católica e interiorana). Esa idea de “nación panameña” tuvo como contrapartida la exclusión sistemática de la población indígena y la afroantillana, de habla inglesa y resistente a al asimilación cultural.

Esta delimitación de lo nacional por exclusión racial se expresó como movimiento político en el ideario de Acción Comunal en los años 20, en la llamada “Doctrina Panameñista” de Arnulfo Arias, que daría paso al racismo desembozado de la Constitución de 1941, adquiere incluso dimensiones literarias, como en la novela Crisol (1936) de José I. Fábrega, “en la que los personajes negros que llevan la fatalidad de ser ladrones y, además, eran estéticamente feos y torcidos moralmente” (P. 60).

Aunque dice no adherir a ninguna de las tantas interpretaciones que admite el concepto “modernidad”, Pulido lo asocia con el “transistismo”, el comercio, la Zona del Canal, la inmigración y la “cultura de la interoceanidad” definida por Ana Elena Porras.  Se infiere que lo “antimoderno” sería el interior, la sociedad agraria, heredada de la colonia española con todos sus elementos culturales. El problema sobre el que Pulido insiste a lo largo del libro, es que el modelo de “nación romántica” se ancló sobre la versión antimoderna de Panamá.

Los intelectuales panameños verían con “desconfianza”, con “sentimiento de inferioridad”, esa modernidad de la que se había excluido al país al quedar en manos extranjeras. Los que habían abrazado la esperanza de un futuro mejor en la modernidad, como el pragmático Méndez Pereira, ya estaban decepcionados en la tercera década y no esperaban nada positivo de ella. Según Pulido, esto los llevó a caer en una especie de “introspección nacional” pesimista que asocia a la novela El Desván, de Ramón H. Jurado, de la que toma la frase con la que cierra el libro: “yo nací en el miedo (…) Es curioso: la gente tiene miedo de pensar y está viva, viva como yo” (P. 153).

Hagamos un alto aquí sobre la noción de “nación romántica”, poco manejada en nuestro medio. El concepto de nación es muy esquivo y controversial, sobre él se han escrito toneladas de páginas. Como ya dijéramos en nuestro estudio sobre Ricaurte Soler (Estado, nación y clases sociales en Panamá, 1997), apoyándonos en Leopoldo Mármora, hay dos interpretaciones sobre el concepto nación: la nación-estado, cuyo eje es una población y un territorio bajo un mismo gobierno, a la que autores marxistas agregan la dimensión económica capitalista; y la nación-cultura, cuyo eje se fundamenta en los elementos culturales comunes (lengua, tradiciones, etc.). Ambas son integradas en la célebre definición de José Stalin: “¿Qué es una nación? Una nación es, ante todo, una comunidad (…) Nación es una comunidad estable, históricamente formada, de idioma, de territorio, de vida económica y de psicología, manifestada ésta en la comunidad de cultura” (El marxismo y el problema nacional y colonial).

El hecho es que, hasta el siglo XIX, la palabra nación sólo se entendía en la primera acepción, como sinónimo de estado con gobierno propio. Es el “romanticismo”, originalmente alemán, el que le da al concepto la connotación actual de una tradición cultural común. Para solo citar un autor, José Carlos Chiaramonte (“En torno a los orígenes de la nación argentina”, en Para una historia de América II: Los Nudos, Fondo de Cultura Económica): “… uno de los mayores riesgos que acechan al historiador es el del anacronismo de interpretar el léxico de una época en clave presente. Porque  pocas palabras del vocabulario existen, como nación, cuyas variaciones sean más riesgosas…porque una no tan larga como intensa elaboración del imaginario nacional contemporáneo ha fusionado el antiguo sentido estrictamente  político del termino nación, con las connotaciones afectivas que se asociaron a los supuestos de homogeneidad étnica que el Romanticismo adjudicó a lo fundamentos de las naciones contemporáneas” (P. 288). Según este autor, la noción “romántica” de la nación argentina surge con la Generación de 1837, la Asociación de Mayo, encabezada por figuras como Sarmiento y Alberdi.

Dicho lo anterior, podemos afirmar que la acepción que hace Pulido del concepto de “nación romántica” es correcta. ¿Cómo fue construido ese “imaginario” nacional? Por un lado, desde una reconstrucción de la historia del Istmo que se inicia en 1908, cuando el Estado contrata a Sosa y Arce para redactar el Compendio de Historia de Panamá, que debía exaltar el particularismo y el localismo, diferenciándonos de Colombia, desde la fase colonial como génesis de una nación.  Enfoque que décadas después Gasteazoro intentó superar desde una perspectiva positivista (dándole cientificidad histórica a lo “panameño” apoyado en los registros documentales). Su mayor conquista para ese objetivo es haber encontrado el poema épico Las alteraciones del Dariel (1567), que según Gloria Guardia: “inaugura una realidad: la del Istmo de Panamá” (P. 96).

En el plano de la literatura, la exaltación del patriotismo y de la patria de toda la generación de “poetas republicanos”, presente en el conocido poema de Ricardo Miró que se convirtió en un himno, pasando por el ruralismo y el costumbrismo típicos de nuestra literatura de mitad de siglo. Los grandes novelistas del patio, asumirían un discurso “antimoderno” de la ciudad-zona de tránsito, a la que dan connotaciones negativas: Joaquín Beleño (prostitución), Ramón H. Jurado (sifilítica), Rogelio Sinán (burdelesca).

La novela se funde con el mito en Octavio Méndez Pereira, con su Núñez de Balboa. El Tesoro del Dabaibe. Esta es la parte más jocosa y a la vez más aguda del libro de Pulido Ritter: “La nación necesitaba un héroe. Un guerrero. Un héroe que encontrara como Jesucristo su realización en la muerte. Si Jesucristo fue crucificado, Vasco Núñez fue decapitado… Pero a diferencia de Jesucristo que era un asceta, nuestro héroe necesitaba una mujer en el trópico: Anayansi” (P. 95). Luego le entra Pulido al análisis de cómo pudo ser inventada la idea de Anayansi, la Malinche panameña, y sus implicaciones simbólicas tanto de género como étnicas. Lo más interesante es que una obra de ficción se usa en las escuelas panameñas como “verdad histórica”, por ende, como instrumento ideológico que explica el mito fundacional de la nación. Tal y como narra el propio Pulido que le pasó con una de sus maestras. En México o Perú se incorporó el pasado azteca e inca como precedente mítico de dichas naciones.

Es en la filosofía donde la idea de la nación romántica llega su mayor elaboración intelectual, bajo dos perspectivas distintas, la fenomenológica y existencialista de Diego Domínguez Caballero y su discípulo Isaías García; y la de la historia de las ideas y el marxismo de Ricaurte Soler.  “Es la panameñidad con sus esencias lo que dirige los esfuerzos intelectuales de Domínguez Caballero. Y el aparato fenomenológico –la reducción, la cosa, las esencias – es una capa muy delgada que cubre el espíritu nacionalista y crisitiano, panameñista, hispanista y romántico” (P. 55).  “Lo que Moreno Davis designa como “incertidumbres ideológicas” (se refiere al libro Naturaleza y forma de lo panameño, 1956, de Isaías García) es, en este caso, la trayectoria de una generación que, frente a los retos que producía la modernidad neocolonial, escoge el camino de sublimar a la nación panameña en el espíritu (García) y la idea (Soler) porque era el lugar común donde podían inventar a una entidad que, según ellos, no tenía legitimidad en el mundo fenoménico” (P. 63).

Las fuentes de la que se nutre García son el filósofo franquista Manuel García Morentes, del que toma el concepto de “estilo” (“modalidades en las que se expresa la “íntima personalidad del agente” y no por la realidad objetiva del acto o hecho… estimativa en relación a lo que se quiere ser… tanto en el individuo como en el sujeto colectivo o nación”), y la idea de “esencia eterna” (Heidegger) para concluir que: “La panameñidad es lo que sobrevive a la historia, porque no está viviendo en su muerte” (P. 65).

En el caso de Ricaurte Soler, se recurre al esquema de la “historia de las ideas” (Leopoldo Zea) para construir el modelo de lo panameño sobre un agente social, el criollo de fines del siglo XVIII, asentado en el interior del país con el final de las Ferias de Portobelo, que alcanza su madurez en el siglo XIX, en la figura de Justo Arosemena (el héroe de Soler) al que trata de limpiar tanto de influencias escolásticas hispanas como de influencias anglosajonas del utilitarismo benthamista (muy apreciado por los comerciantes panameños) para otorgarle a don Justo un carácter “positivista" criollo que, a juicio de Pulido, no tenía. “Aparentemente este filósofo nacional no le presta atención al Panamá moderno, al que le rodea” (Págs. 33 – 34).  Por ello cae también en la antimodernidad.

Hechas todas estas críticas, cabe preguntarse: ¿Con qué intelectuales panameños se identifica Luis Pulido Ritter en su abordamiento de lo “nacional”? Con dos: Roque Javier Laurenza y Rafael Moscote. Pulido resalta del primero su “esencialismo” (basado en Ortega y Gasset de la Rebelión de las masas) que intenta congeniar nación y modernidad, por la vía de la cultura, y del segundo su pragmatismo mezclado con humanismo, ambos separados de la corriente principal de los pensadores panameños del siglo XX.

Lo dice así: “En este esencialismo laurenzeano, cuya nación no puede ser alcanzada mientras no se termina con las urgencias vitales, hay una legitimación de la modernidad – simbolizada por los hombres de alma extranjera – por el camino de un fatalismo inevitable. Y a partir de aquí el camino de alcanzar a la nación es dado a cada individuo que logre levantarse de sus urgencias vitales. Esta elevación, según Laurenza, sólo puede alcanzarse a través de la cultura, cuando se venza al especialista que es producido justamente en las universidades, cuya enseñanza está sometida a las urgencias vitales del momento” (Págs- 152-153).

El problema de la filosofía de Ortega y Gasset, a la que adhieren Laurenza y Pulido es que construye un modelo idealista de modernidad por la cual ciudadanos libres de las “las urgencias vitales”,  como individuos (no colectividades) asumen para sí una perspectiva  “humanista” (universalista),  despojada de todo prejuicio localista, regionalista, nacionalista e incluso profesional. Ese ideal no existe y no puede existir en el mundo concreto.

Ese criterio idealista de “modernidad” y "nación" despoja estos conceptos de su real contenido social en el mundo actual. Porque las "naciones" no son asociaciones libres de individuos unidos voluntariamente, sino una construcción social y económica escindida en contradicciones de clase, la cuales imponen "urgencias vitales" insuperables para la mayoría de la población; y porque en realidad la "modernidad" no es más que un eufemismo para designar al sistema capitalista, que es una sociedad basada en la explotación de clases que a nivel mundial se ha convertido en un sistema de dominación imperialista, por el cual las clases dominantes de un puñado de países (naciones) se apropian de los productos del trabajo de la inmensa mayoría de la humanidad (otras naciones).

Modernidad es capitalismo. En el siglo XX, y sobre todo en referencia a Panamá a partir de 1903, modernidad es capitalismo imperialista, enclave colonial, neocolonialismo y dependencia. Hablar de imperialismo nos obliga a abordar el asunto a la manera de Lenin, quien como marxista no era nacionalista (y en eso hay coincidencia con Gasset, Laurenza y Pulido) pero supo comprender que los nacionalismos del siglo XX eran de dos tipos (impuestos por el capitalismo en su fase imperial): el nacionalismo de los países oprimidos, el nacionalismo de los países opresores; teniendo los primeros un carácter "progresivo" y los segundos un carácter "reaccionario" (Sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación).

Al enfoque de Pulido le viene a pelo la crítica que Marx y Engels hacen a sus amigos neohegelianos: “La crítica alemana no se ha salido hasta en estos esfuerzos de última hora, del terreno de la filosofía” y “A ninguno de estos filósofos se la ha ocurrido siquiera preguntar por el entronque de la filosofía alemana con la realidad alemana” (La ideología alemana).

Él, al igual que los neohegelianos alemanes a los que se referían Marx y Engels, hace una crítica correcta a una filosofía "romántica" de la nación panameña, pero la contrapone a otra filosofía igualmente idealista (ortegueana) de la nación, pasando por alto las implicaciones sociales y económicas concretas. Y al igual que en la Alemania de entonces, la única forma de "superar" los conceptos viejos no es reemplazándolos por conceptos nuevos, sino cambiando la realidad social que les dio origen: la nación panameña al servicio de una clase social, que nos impone esas malditas "urgencias vitales" a las mayorías y la modernidad globalizada que es sinónimo de saqueo imperialista norteamericano.

Comprender el problema de la nación y del pensamiento panameño, requiere historiar el proceso de expansión del capitalismo norteamericano y el papel que el Istmo de Panamá ha jugado en esa expansión imperialista, en dos momentos claves: hacia el oeste con su “fiebre del oro” a mediados del XIX, y hacia el Pacífico en 1903.  Lo que nos lleva al papel de Wall Street en la separación de Panamá de Colombia, asunto que Pulido despacha en un pie de página preguntándose: “si este debate tiene alguna consecuencia cognitiva, práctica y pertinente de valor para el Panamá actual” (P. 9). ¡Pero si este es el asunto!

Es imposible entender el siglo XX panameño y a sus intelectuales, sin la intervención yanqui de 1903, la imposición de la separación de Colombia y del esquema colonial (protectorado), para construir un canal y una Zona del Canal.  Eso es lo que explica la razón de ser de todos esos intelectuales y literatos con los que polemiza Pulido: su lucha por impedir la asimilación de Panamá por parte de Estados Unidos, su lucha por sobrevivir como pueblo, por superar el colonialismo y alcanzar la verdadera independencia nacional, recuperando para el bienestar panameño el principal recurso natural (la posición geográfica) literalmente robada por el imperialismo norteamericano con el Tratado Hay - Bunau Varilla.  ¿Por qué la nación romántica panameña no surgió en el siglo XIX? ¿Por qué nuestro romanticismo tardío? La respuesta está en los hechos de 1903.

Pulido no termina de captar que la forja de la identidad nacional panameña está asociada a la lucha antiimperialista contra la modernidad colonial. Por eso en otro pie de página (en este libro las citas al pie son tan importantes como el texto): “Con respecto al Incidente de la Tajada de Sandía sería pertinente preguntarse qué proyección puede seguir teniendo todavía este acontecimiento para la sociedad panameña contemporánea. ¿Es posible construir el orgullo nacional a través de un hecho sangriento? ¿Para qué una nación moderna, dinámica, democrática, pluricultural y abierta necesita de esta matanza que puede recordar cualquier Progrom?” (P. 78).

Ese pie de página resuelve el análisis textual del libro de Pulido y le da su verdadero sentido. Su concepto de “nación moderna”, con todos esos atributos tan discutibles para los panameños de a pie, cargados de nuestras “urgencias vitales” (que le pregunten a los obreros cuán “democrática”; a los indígenas cuán “pluricultural”; a los negros cuán “abierta”; a los desempleados cuán “dinámica” es la sociedad panameña) es la negación de la verdadera nación panameña. Es la visión de la “nación” de nuestras clases dominantes, banqueros y comerciantes, socios menores del capital extranjero, que en 1903 anhelaban ser una estrella más en la bandera yanqui, y que hoy se contentan con la visa norteamericana que les permita un apartamento en Miami.

Esa “nación moderna” sólo la conocen quienes habitan en Costa del Este o Paitilla, y a los que les molestan cursos como el de las "Relaciones de Panamá con los Estados Unidos", con sus historias de invasiones, de mártires y héroes, estos sí de verdad y no imaginarios. Nunca Panamá fue tan "moderna" como hoy, pero sigue siendo igual de insatisfactoria para la mayoría de la "nación" como hace cien años. En el plano de las ideas la contradicción está en que en esa "modernidad globalizada", los humanistas no son bien vistos y sobre sus espaldas siguen pesando las "urgencias vitales". Es que el pragmatismo y utilitarismo de nuestros banqueros y comerciantes no hace buen "maridaje" con el humanismo.

En últimas, nuestros intelectuales del siglo XX tenían razón: la "modernindad" (capitalista, imperialista y globalizada) atenta contra la "nación panameña", si entendemos la "nación" como el espacio vital de la mayoría de los habitantes del Istmo, pertenecientes a la clase trabajadora (asalariada),  a la cual ese sistema socioeconómico les roba sus posibilidades de realización personal y colectiva. La única manera de que algún día los panameños y la humanidad entera superemos esas contradicciones, para despojarnos de nacionalismos, localismos, "urgencias vitales", prejuicios, es que cambiemos el signo social de una globalización capitalista que nos saquea (con maña y con la fuerza).

Coincidiendo con Luis Pulido Ritter en la necesaria revisión crítica del pensamiento panameño del siglo XX, y de su imaginario sobre la “nación romántica”, creo que una perspectiva que ponga como fondo los acontecimientos que conmovieron al país en su lucha contra la opresión extranjera (Lucha Inquilinaria del 25; Movimiento Antibases del 47; Siembra de Banderas y Operación Soberanía en los 50; 9 de Enero de 1964; la Invasión del 20 de Diciembre de 1989) permite comprender mejor a nuestros intelectuales y ser más benignos en el balance histórico de sus aportaciones.

Porque esos intelectuales, aunque inventaron y mitificaron una nación (que en realidad fue española, luego colombiana y sólo en el siglo XX fue panameña), se vieron obligados a ello para producir una ideología, una bandera, para enfrentar con la conciencia (y en las calles, muchos de ellos) el saqueo imperialista y el enclave colonial.

Panamá, 7 de septiembre de 2012