Por Olmedo Beluche

No es ninguna coincidencia que, conmemorándose los 22 años de la última invasión de Estados Unidos a Panamá, se produzca la extradición del general Manuel A. Noriega.  Hay en ello un cálculo político de los responsables del peor genocidio de la historia panameña, el gobierno norteamericano; de sus aliados franceses; de sus títeres del patio y beneficiarios de aquel régimen militar, como el propio Ricardo Martinelli, que construyó su fortuna al amparo de “Tony”, entre otros que ahora pasan por “demócratas”;  y los actuales jerarcas de la Policía Nacional, que fueron sus subalternos.

El objetivo de la maniobra es asociar en la memoria colectiva los crímenes de la invasión a un solo responsable, Noriega. Mediante este acto de magia, refrendado por los medios de comunicación, el ejército norteamericano dejaría de ser el responsable directo de la muerte de cientos de panameños, de miles de heridos, de 20,000 refugiados que perdieron sus casas y de los 4,000 millones de dólares en pérdidas materiales.

La jugada ideológica consiste en presentar al ejército yanqui como si nos hubiera “liberado” de la dictadura, que ellos apoyaron y financiaron, y como constructor de nuestra “democracia”. Eso no es nuevo, así han presentado la reciente invasión a Libia, la guerra contra Irak y Afganistán, incluso la separación de Panamá de Colombia.

Muchos se preguntan si ese hombre con 77 años de edad, un derrame cerebral, 22 años de cárcel a cuestas y un pasado tan cuestionable, puede ser un factor político relevante en este momento. Que esa haga esa pregunta no es más que otro síntoma de la enorme crisis política, moral y de credibilidad del régimen seudo democrático impuesto a sangre y fuego por la invasión. Lo único que da algo de sustentación a esa posibilidad es el enorme descrédito en que han caído los partidos y los políticos impuestos por Estados Unidos en 1990.

El pueblo panameño aspira a barrer toda la podredumbre del sistema político actual y, en esa ansia de cambio,  podría echar mano de cualquiera, incluso de una figura desgastada como Noriega. Pero para no ir por falsos caminos, es necesario saber que la crisis del régimen de Noriega se originó cuando el régimen militar, en contubernio con Estados Unidos, intentó aplicar las políticas neoliberales que han ejecutado sistemáticamente los gobiernos “democráticos” durante estos 22 años.

La génesis de las protestas contra Noriega estuvo en 1984 cuando, a petición de Estados Unidos, impuso mediante el fraude electoral a Nicolás A. Barletta y éste, en su primer acto de gobierno nos mandó toda la receta del Consenso de Washington. Como las protestas populares trabaron ese modelo económico y pusieron en jaque al régimen, vino la invasión imponernos un régimen de apariencia democrática que nos ha hecho  tragar la medicina amarga del neoliberalismo y sus consecuencias sociales.

Por ello Noriega sería una falsa solución. Hoy, como en la década de los 80, sigue siendo responsabilidad de las organizaciones populares construir la alternativa política que nos ayude a barrer la podredumbre imperante.

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