bombardeo

Por Olmedo Beluche

Empiezo por lo que mejor conozco, Panamá. En algún momento de los años 80, cuya fecha precisa se me escapa, el compañero Herasto Reyes, fundador y dirigente del Partido Socialista de los Trabajadores de Panamá, escribió un artículo de página completa en el periódico de la organización afirmando que era absurda la denuncia de algunos sectores panameños que señalaban que la muerte del general Omar Torrijos había sido un magnicidio tramado entre la CIA y organismos de seguridad panameños. La lógica del artículo de Herasto, y de aquella dirección del PST, era de hierro: Torrijos  no pudo ser asesinado por el imperialismo ya que era un gobernante burgués de un régimen burgués controlado por Estados Unidos. “¿Para qué lo iban a matar?”

Otra. La noche del 19 de Diciembre de 1989, horas antes de la invasión, el Comité Ejecutivo del PST discutió hasta tarde los rumores que corrían por la ciudad de que una operación militar a gran escala estaba a punto de ser lanzada por el ejército yanqui contra las Fuerzas de Defensa y el general Noriega. Después de más de dos horas de discusión prevaleció la opinión de que esto no sucedería. Opinión que era fortalecida por la revista de la Liga Internacional de los Trabajadores (LIT-CI) que, en su editorial de ese mes,  osaba afirmar que no habría invasión a Panamá porque Estados Unidos seguía aquejado por el “síndrome de Vietnam”. En la mente de algunos prevalecía la lógica de que Noriega era un títere de los yanquis: ¿para qué lo iban a invadir?

En el último caso, a pocas horas de aquella histórica reunión, se demostró lo completamente falso del razonamiento de la LIT y de la mayoría del CE del PST. En el primer caso, treinta años después se sigue sin conocer los hechos certeros, pues nunca ha habido una investigación seria sobre la muerte de Torrijos, aunque los indicios circunstanciales parecen indicar que sí hubo un magnicidio, frente a cuyo dictamen histórico cabría, por lo menos, ser cautelosos.

Ambos errores de apreciación tienen un origen común: el reduccionismo lógico que sólo aprecia la realidad política desde las contradicciones de clase (proletariado-burguesía) y menosprecia la contradicción imperialismo-naciones oprimidas.  Aunque los marxistas no somos nacionalistas, sino internacionalistas, las contradicciones entre sectores nacionalistas de las burguesías de los estados oprimidos y el imperialismo, constituyen un elemento que no podemos ignorar en el análisis y en el quehacer político. Porque es esta dimensión la que expresan personajes contradictorios, pero de peso en la realidad concreta, como: Omar Torrijos, Manuel Noriega, Hugo Chávez, Juan D. Perón, Nasser, y un largo etcétera hasta llegar al coronel Gadafi.

Esa contradicción (nación oprimida-imperialismo) puede existir y da lugar a situaciones complejas, aún en el caso de que dichos personajes repriman a sus trabajadores, o incluso procuren pactos traicioneros con el imperialismo. Por ejemplo, al general Noriega no le sirvió de nada el haber estado en la nómina de la CIA, cuando su régimen se transformó en un peligro para los intereses del imperialismo norteamericano. Parece evidente que en caso de Gadafi, aunque transó con el imperialismo yanqui y europeo en la última década, nunca pudo quitarse el estigma de origen nacionalista, ni constituirse en el tipo de régimen sumiso que los imperialistas desean.

Como bien plantea Fred Goldstein (Mundo Obrero de EE UU) en un reciente artículo, desde el principio de la crisis Libia, el tratamiento de la situación de este país fue bien distinta a la actitud asumida por Estados Unidos y la Unión Europea frente a las revoluciones en Túnez, Egipto, Bahrein, etc. Mientras Mubarak asesinaba más de trescientas personas antes de abandonar el poder, jamás la Sra. Hillary Clinton y los medios imperialistas hicieron una campaña respecto a masacres que justifiquen una acción militar contra Egipto. Para no mencionar que paralelo a los bombardeos contra Libia, la monarquía saudita (socia de EE UU) invadía Bahrein con su respectivo baño de sangre con el silencio cómplice de los gobiernos europeos y norteamericano.

Con lo dicho, no pretendemos en absoluto dorar la píldora y disfrazar a Gadafi de “revolucionario”, como ha hecho Daniel Ortega. Para nada. Ningún marxista revolucionario puede llamar al apoyo del régimen represivo de Gadafi. Pero lo que ningún marxista revolucionario tampoco puede hacer, y menos si se trata de un ciudadano de la Unión Europea o Estados Unidos, es dejar de condenar la intromisión del Consejo de Seguridad de la ONU, la imposición de la zona de exclusión aérea, los bombardeos de la OTAN y de EE UU.

En ese sentido, ha sido impecable la política exterior del gobierno cubano y los artículos de Fidel Castro quienes, diferenciándose de Gadafi, y aún condenando la represión contra ese pueblo, han puesto el dedo en la llaga respecto a las pretensiones del Imperialismo norteamericano y europeo de intervenir en Libia para imponer un régimen títere.

Callar frente a la agresión imperialista contra Libia es un crimen político. Por ello, todo comunicado, declaración artículo o manifiesto de un partido político, que se autocalifique de izquierdas, que no empiece por exigir el cese de los bombardeos y de la intervención imperialista en la guerra civil libia, en especial de organizaciones europeas, constituye una capitulación a su propio imperialismo, es un apoyo a sus ejércitos neocoloniales y a los crímenes de lesa humanidad y contra la soberanía de un país, que se está cometiendo bajo el manto de la falsa “ayuda humanitaria”.

Puede que para un revolucionario libio, el eje de su política sea el derrocamiento de Gadafi. Pero para un revolucionario europeo o latinoamericano el problema no es Gadafi, sino la política imperialista, que si triunfa impondrá uno peor que Gadafi en el gobierno de Trípoli, y sentará precedentes para nuevas intervenciones militares. No denunciar los bombardeos y la intervención de la OTAN es mentirle a los trabajadores respecto a Obama, Sarkosi, Cameron, Brelusconi o Zapatero. Es darles un disfraz “humanitario” a esos agentes de la burguesía imperial que sumen a sus pueblos en el desempleo y la miseria neoliberal. ¿Desde cuándo al imperialismo le interesan “los derechos humanos” si no es como excusa para saquear la economía de un país? ¿Por qué en el Tribunal Penal Internacional sólo investiga crímenes de “lesa humanidad” cometidos por personajes de países “parias” y no los cometidos por los ejércitos norteamericano en Irak y Afganistán, o la complicidad del ejército francés en el genocidio de Srebrenica en Bosnia?

El paso en falso dado por algunos compañeros y organizaciones partió por un análisis simplista y una generalización: “lo de Libia es la misma revolución que en Túnez y Egipto”. Nuevamente aquí era válido el consejo de Lenin: “análisis concreto de la situación concreta”. No se entró a considerar el peso de las contradicciones étnico-tribales internas (tripolitania-cirenáica), la fractura del ejército y de las figuras del propio régimen libio, cada vez más evidente que alentadas o dirigidas desde Francia. No se entró a considerar la política diferenciada del imperialismo frente a este país, lo cual como mínimo debía ponernos en alerta. De ese análisis incompleto  había un solo paso a la conclusión de que al igual que el eje de la política debe ser el “abajo Gadafi”, sin considerar el factor de la política imperialista.

Incluso hacerse eco de una supuesta matanza de civiles por la aviación libia, sin considerar que el propio régimen de Gadafi pidió a la ONU una comisión independiente que investigue las denuncias. Deslizado por este esquema, coincidente con la campaña de CNN, un trabajador que ha escuchado a sus organizaciones decir estas generalizaciones, tiene que concluir (erróneamente) que, después de todo, la intervención de la OTAN “es el mal menor, porque peor es Gadafi”.

¿Qué hacemos frente a la guerra civil? Lo mismo que en Panamá dijimos sobre el régimen de Noriega: es un asunto soberano del pueblo libio resolver o no el futuro del régimen de Gadafi. Los que crean que la OTAN interviene para “ayudar a los revolucionarios” son unos ingenuos.

De todos los artículos que se han publicado en el debate sobre Libia el peor es el firmado por Gilbert Achcar (“Un debate legítimo y necesario desde una perspectiva antiimperialista”). Partiendo de una cita de Lenin sobre el Tratado de Brest-Litovsk, en el que la Unión Soviética tuvo que pactar el fin de la guerra con Alemania, incluso cediendo, para salvar la Revolución Rusa, el Sr. Achcar extrapola falseando la realidad concreta para convencernos de las bondades de la intervención de la OTAN en Libia como “mal menor”. Lamentablemente el gobierno Libio reconocido por la OTAN no está presidido por ningún Lenin, sino por un ex funcionario de Gadafi pasado al servicio del gobierno francés.

El Sr. Achcar concluye su artículo proponiendo una nueva doctrina (¿antiimperialista?) por la cual los problemas del mundo y las futuras revoluciones se resolverán exigiendo “intervenciones humanitarias” de la ONU y la OTAN. Para empezar Achcar, y la increíble cantidad de gente de izquierda que rebota su artículo como la gran cosa, “olvidan” el verdadero carácter de la ONU, en particular su Consejo de Seguridad, como agencia de los intereses imperialistas.  De ese olvido, Achcar pasa a apoyar la invasión norteamericana contra Irak, la Guerra del Golfo para “liberara a Kuwait”, luego expresa su añoranza de que la ONU no invada al Congo, y que no lo hiciera en Ruanda, etc. Se olvida este señor que “fuerzas internacionales” avaladas por la ONU intervienen en países como Haití, Líbano, Bosnia, Kosovo, Irak, Afganistán y otros países del África y todas esas intervenciones son contra esos pueblos, contra su libertad y soberanía, para garantizar la expoliación imperial.

El Sr. Aznar, vocero de la derecha española, que sí sabe qué intereses defiende, debe estar contento con las conclusiones de Achcar, pues ya ha propuesto generalizar la “medicina” de la OTAN en Libia y aplicarla en Cuba. ¿Será coincidencia la rima Aznar-Achkar?

El error de reducir todas las contradicciones a un problema de clase contra clase, y no justipreciar el peso de los factores nacionales frente al imperialismo y el colonialismo ha conducido a no pocos marxistas a metidas de pata. La más famosa, el error de Federico Engels de considerar a las naciones eslavas de Europa oriental como “naciones ahistóricas”, sin futuro frente a una supuesta revolución obrera mundial que vencería inminentemente y le quitaría sentido a toda demanda por estados nacionales soberanos. Pero en Engels ese error tenía una explicación política: para él la Rusia zarista, era el polo de la reacción mundial del siglo XIX, y utilizaba a esos pueblos eslavos contra las revoluciones democráticas del centro de Europa, en particular Alemania y Austria.

Para usar la lógica de Engels ¿Dónde está el polo de la reacción mundial hoy? ¿No está expresado en el Consejo de Seguridad de la ONU,  la Casa Blanca, el Pentágono, la OTAN? Un refrán popular aplicado a la política dice: “Piensa mal y acertarás”. Como consejo a cualquier revolucionario del mundo vale extender el refrán a: “Piensa qué quiere el imperialismo a través de sus organismos, ubícate en el lado opuesto, y acertarás con una política revolucionaria”.

Lenin, quien mejor comprendió la esencia de la etapa del capitalismo bajo la que vivimos, que bautizó como imperialismo, señaló que los revolucionarios marxistas, aún teniendo como eje la revolución socialista obrera, no podían desconocer la contradicción entre naciones opresoras y oprimidas.   En la fase del capitalismo imperialista la política revolucionaria debe responder a ambas necesidades, las contradicciones de clase, pero también el combate contra el imperialismo y la recolonización. En ese sentido, frente a la actual crisis en Libia, un revolucionario puede estar por el derrocamiento de Gadafi, pero a condición de que primero condene la intervención militar imperialista.  Lamentablemente se aprecia en las declaraciones de varias organizaciones la ausencia de ese precondición o su reducción a un lugar secundario.

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