Por Victoriano Sánchez

El 25 de febrero de 1990, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), fue derrotado en las urnas electorales, por una coalición burguesa proimperialista denominada Unión Nacional Opositora (UNO), que levantó la candidatura presidencial de Violeta Barrios de Chamorro, quien pasó a ser presidente de la Republica, sellando en fin de la revolución de 1979.

Un impactante triunfo revolucionario

En 1979, una organización guerrillera con una dirección nacionalista pequeñoburguesa, logró empalmar con la insurrección de masas y destruir a la dictadura somocista, repitiendo un triunfo revolucionario similar al de la revolución cubana en 1959.

El pilar del Estado burgués, la Guardia Nacional (GN) fue desarticulado, el conjunto de las instituciones colapsaron, incluso los partidos burgueses del sistema bipartidista, Liberal y Conservador, desaparecieron de la escena política. Fue un triunfo total, todas las condiciones era favorables para convocar a una Asamblea Nacional Constituyente, democrática, soberana e independiente, para que democráticamente el pueblo decidiera su propio futuro.

En esa coyuntura, el FSLN hubiera ganado las elecciones con más del 90% de los votos, pero la dirección sandinista siguió un camino distinto, y se negó a convocar a elecciones en 1980 cuando hubiera ganado con el 90% de los votos.

El triunfo revolucionario en Nicaragua generó grandes expectativas en América Latina. El fin de la época de las sangrientas dictaduras estaba llegando a su fin. El futuro de la revolución nicaragüense ejercería una influencia decisiva en el resto de Centroamérica. Si Nicaragua consolidaba la revolución, esta sería el soporte político, material y militar de las guerrillas del área.

No obstante, contrario a la experiencia de la revolución cubana, la dirección sandinista desde el inicio proclamó una estrategia basada en la “económica mixta, el pluralismo político y el no alineamiento”, la trilogía de principios burgueses en que basó su política durante los 11 años de la revolución.

La estrategia contrarrevolucionaria de Reagan

Con ello, creyeron que detendrían o neutralizarían la contraofensiva imperialista, que estaba contenida en el programa de Ronald Reagan, quien asumió la presidencia de Estados Unidos en enero de 1981 e implementó un programa de agresiones económicas y militares contra la revolución nicaragüense.

En 1982 el gobierno de Estados Unidos inició una guerra de guerrillas contrarrevolucionaria contra Nicaragua, al comienzo utilizando a los residuos de la GN pero posteriormente utilizó el descontento del campesinado contra las medidas estatizantes del gobierno sandinista, y la rebelión de los indígenas de la Costa Atlántica.

Este fue uno de los errores mejor explotados por el imperialismo norteamericano. El Gobierno sandinista en vez de iniciar la reforma agraria en 1979, repartiendo la tierra entre los campesinos pobres, fomentando el crédito ante los pequeños y medianos propietarios rurales, procedió a crear grandes cooperativas estatales con los bienes confiscados, en donde los campesinos no se sentían dueños.

Además, el gobierno sandinista mantuvo una errónea política de precios de los productos del campo, subsidiando a las ciudades a costa de las ganancias del pequeño propietario.

Con el bloqueo imperialista la crisis económica se acentuó y con ello la ruina de decenas de miles de campesinos que, afligidos por la crisis, pasaron a engrosar las filas del ejército contra. Para 1984 las primeras unidades de la contra, compuestas por guardias somocistas, se habían convertido en Comandos Regionales, en un ejército irregular, que operaba en la zona norte y central de Nicaragua.

La administración Reagan decretó en Mayo de 1985 un bloqueo económico general a Nicaragua, para doblegar a la dirección sandinista. Mucho se discutió en esa época si las intenciones del imperialismo norteamericano era la de invadir militarmente a Nicaragua, o si la guerra de guerrillas contrarrevolucionaria era una estrategia para desgastar a la revolución, haciendo que el apoyo popular al sandinismo disminuyera, creando condiciones para cambios a lo interno.

La experiencia demostró que esta última era la verdadera opción del imperialismo, ya que no se atrevía a invadir militarmente de manera directa a Nicaragua por las consecuencias de un nuevo Vietnam en una zona conmocionada por procesos revolucionarios en El Salvador y Guatemala, que convertirían a Centroamérica en un polvorín antiimperialista.

El Grupo Contadora y los Acuerdos de Esquipulas II

Dada la posibilidad de una guerra civil regional, los gobiernos de Mexico, Venezuela, Panamá y Colombia, que fingían ser amigos de la revolución nicaragüense, crearon el Grupo de Contadora y proclamaron la necesidad de una negociación internacional para parar la guerra en Nicaragua y el resto de Centroamérica.

El Grupo de Contadora fracasó en sus objetivos, debido a que la posición del imperialismo norteamericano no era impulsar una negociación multilateral, sino la de dar paso a una negociación regional a nivel de Centroamérica, es decir, entre la Nicaragua revolucionaria y todos los gobiernos títeres en la zona, que eran acosados por pujantes movimientos guerrilleros.

Mientras la dirección sandinista creía que podía resolver el problema de la agresión imperialista por la vía nacional, el imperialismo estaba consciente que el problema era centroamericano y no exclusivamente nicaragüense, por eso Estados Unidos se opuso siempre a una negociación bilateral con el gobierno sandinista, porque no le solucionaba el problema de las guerrillas en El Salvador  y Guatemala.

Después de más de 5 años de intensa guerra en las montañas de Nicaragua, que habían desgastado enormemente a las masas, finalmente el 7 de agosto de 1987 se produjo la primera negociación entre los presidentes de Centroamérica. Aparentemente se había producido un triunfo diplomático de Nicaragua, que al fin era reconocida por sus vecinos, pero la realidad fue otra: era la Nicaragua revolucionaria la que reconocía que sus vecinos, agentes directos del imperialismo, tenían derecho a existir. A partir de ese momento se produjo un punto de inflexión y retroceso de la revolución en Centroamérica.

La bandera de la democratización

El imperialismo norteamericano ya había hecho la labor sucia de apoyar económicamente y militarmente al ejército contra, que desangró a Nicaragua. El país estaba exhausto para 1987 Nicaragua llegó a tener el índice de hiperinflación más alta del mundo: 37,000 % anual.

Los salarios y el nivel de vida de las masas trabajadoras se desplomaron. La URSS había cortado el abastecimiento de petróleo, en aras de forzar a una negociación. Había cortes de energía y de agua en todo el país, mientras el ejército de la contra agrupaba a unos 15,000 campesinos.

En esas condiciones, presionados por Estados Unidos y sus aliados regionales, la dirección sandinista firmó el Acuerdo de Esquipulas II, dando inicio a un proceso político que en su momento denominamos de “reacción democrática”.

Esta categoría permitió definir una coyuntura política en la que el imperialismo norteamericano utilizó las banderas democráticas para atacar a las direcciones guerrilleras que, como el FSLN, había logrado tomar el poder, pero había creado un régimen bonapartista muy fuerte, que limitaba derechos y libertades democráticas, bajo el pretexto de luchar contra la agresión militar externa. Y aquí es donde la bandera de la democratización y de la realización de elecciones democráticas, adquiría un contenido reaccionario en función de la política imperialista.

El gobierno sandinista, sin haber finalizado la guerra civil, se vio obligado, en cumplimiento de los Acuerdos de Esquipulas II, a abrir los espacios políticos, a amnistiar a los contrarrevolucionarios presos, a permitir las marchas y mítines de la oposición burguesa que se agrupaba en la alianza de 14 partidos políticos, que posteriormente se transformó en la Unión Nacional Opositora (UNO).

Y en el contexto de una pavorosa crisis económica, de enorme descontento social provocado por la falta de alimentos y por los estragos del servicio militar patriótico (obligatorio) que había diezmado a la juventud, la base social a favor de cambiar al gobierno creció de manera desproporcionada.

La estrategia de Reagan estaba dando los resultados esperados. Si bien es cierto el ejército contra no logró tomar ciudades importantes, ni logró derrocar al gobierno sandinista, si causó el daño necesario para hacer que el apoyo popular al gobierno sandinista disminuyera significativamente.

El adelanto de las elecciones

La Constitución de 1987 estableció periodos presidenciales de 6 años. Daniel Ortega asumió por primera vez la presidencia en 1985 y debía terminar en 1991, pero la gravedad de la crisis obligó a la dirigencia sandinista a adelantar las elecciones, mediante una apresurada reforma constitucional.

La campaña electoral duro un año completo, algo inaudito. Estaba destinada a descompresionar una sociedad profundamente dividida y polarizada. Desde 1988 el gobierno sandinista inicio negociaciones directas con la contra, con el objetivo de lograr la desmovilización de esta antes de la realización de las elecciones anticipadas, pero los contras mantuvieron la presión militar hasta el último momento, impidiendo que el FSLN apareciera como victorioso en la campaña electoral.

Fatales resultados electorales

En esas condiciones se realizaron las elecciones del 25 de Febrero de 1990. Los partidos de derecha que antes eran extremadamente débiles adquieren fuerza e influencia de masas. La UNO ganó las elecciones con 777,552 votos, llevando a Violeta Chamorro a la presidencia (54%). El FSLN obtuvo 579,886 votos (41%). En las elecciones de 1984 el FSLN había obtenido el 67% de los votos, el desgaste era más que evidente.

Los partidos de izquierda revolucionaria, como el Movimiento de Acción Popular (MAP-ML) y el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), --que ahora forma parte del Partido Socialista Centroamericano (PSOCA-- fueron devorados por el retroceso de la revolución y la vorágine de reacción democrática, y la polarización entre sandinismo y antisandinismo. El MAP obtuvo 8,115 votos, el PRT 8590 votos, a nivel presidencial. A nivel de diputados, el MAP obtuvo 7643 votos, y el PRT 10586 votos, pero ninguno de los dos partidos logró diputaciones.

El cambio de gobierno selló el fin de la revolución, que por cierto se había producido años antes, con la implementación de crueles planes de ajuste en medio de la guerra civil.

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