Por Olmedo Beluche

 

Uno de los aspectos más controversiales de la historia panameña es el tiempo (siglo XIX) durante el cual estuvimos ligados a Colombia (bajo sus diversas denominaciones: Gran Colombia, Nueva Granada, Estados Unidos de Colombia y simplemente Colombia). Los enfoques históricos prevalecientes presentan el período como altamente conflictivo, y una relación con Colombia en la que entra el Istmo de Panamá supuestamente forzado por las circunstancias, no muy a gusto y con reiterados y fallidos intentos separatistas. La lógica subyacente, en esas interpretaciones, es la de una nación estructurada en torno a la vía de tránsito que busca su perfeccionamiento y autonomía en un largo proceso que se consolida el 3 de Noviembre de 1903.

A nuestro juicio dicho enfoque es producto un obturador demasiado cerrado en los localismos enfatizados por una historiografía escrita con posterioridad a 1903, para construir lo que se ha dado en llamar la “leyenda dorada” del 3 de Noviembre, que busca conscientemente reescribir el siglo XIX, para justificar los sucesos de ligados a la separación de Colombia y al Tratado Hay-Bunau Varilla, ocultando la intervención militar norteamericana en el hecho.

No es por casualidad que Carlos Gasteazoro, fundador del Departamento de Historia de la Universidad de Panamá, en la Introducción a la reedición del Compendio de Historia de Panamá, de Sosa y Arce, afirme que: "En medio del entusiasmo patriótico de los primeros años republicanos, una de las tareas de mayor significación y responsabilidad fue la de dar a la nueva entidad el fundamento histórico que justificara la independencia y creara, en la juventud estudiosa, el orgullo de poseer una nacionalidad que no surgía en virtud de circunstancias foráneas, sino como la culminación de un "ideal largamente sentido a lo largo del tiempo", y la esperanza de proyectar las experiencias del pretérito en un destino común".

En nuestro ensayo Estado, nación y clases sociales en Panamá ya hemos abordado una lectura crítica de Gasteazoro donde evidenciamos que él mismo acepta que la historia panameña del siglo XIX, incluso la escrita por los istmeños, entre ellos Mariano Arosemena, no se diferencia de la colombiana o está (a nuestro juicio correctamente) enmarcada como parte de esa totalidad y, que es en el siglo XX cuando esa historia es rescrita para atenuar la toma de Panamá por el imperialismo norteamericano en 1903, aduciendo una supuesta vocación separatista de los panameños.

Un enfoque más correcto del período en cuestión requiere una relectura en la que los acontecimientos acaecidos en Panamá se enfoquen como parte de lo que sucedía en el conjunto de Colombia para su cabal comprensión. De esa lectura desprejuiciada sale con nitidez un conjunto de sucesos de motivaciones diferentes a las sostenidas por la historia oficial panameña. En vez del simplismo usual, que nos dibuja un supuesto conflicto perpetuo entre dos naciones (Panamá oprimida por Colombia), nos muestra la lucha entre clases sociales y fracciones de éstas, cada una con sus diversos proyectos de Estado-Nación: santanderistas vs bolivaristas; liberales vs conservadores; comerciantes importadores vs ejército y capas medias; federalistas vs centralistas; librecambistas vs proteccionistas. Conflictos económicos, políticos y sociales en pugna no sólo en Panamá, sino en toda Colombia.

Un referente clave para la comprensión del período es la obra del principal intelectual salido de la élite comercial istmeña: Mariano Arosemena y su libro Apuntamientos históricos (1801 – 1840).   En este ensayo usamos principal y reiteradamente la obra de Mariano Arosemena, personaje indiscutiblemente representativo del pensamiento liberal istmeño de nuestras clases dominantes en la primera mitad del siglo XIX, justamente para probar cuán lejos está de las interpretaciones históricas que sustentan la leyenda dorada. Contrario a la historia oficiosa escrita en el siglo XX, de la obra de don Mariano se desprende con claridad la índole del conflicto político, social y económico que afectó a Panamá, como parte de la Gran Colombia, en el período señalado.

La independencia de 1821 y la adhesión a la Gran Colombia:

En otro ensayo anterior (El Istmo de Panamá y la Independencia de Hispanoamérica, 2010), basándonos en los Apuntamientos de don Mariano Arosemena,  hemos establecido que Panamá, al igual que casi toda Centroamérica, no vivió el proceso independentista que se iniciara en 1809-10. Muy tardíamente es que se suma, cuando ya había una derrota total de los ejércitos realistas en la región. En dicho documento señalamos que la explicación para ese retardo se encuentra fundamentalmente en: la crisis demográfica del Istmo, su parálisis económica y la ausencia de actores sociales (como el artesanado) que los impulsaran, tal y como sí sucedió en las grandes ciudades del imperio colonial español.

A lo cual agregamos el problema de que, al ser el paso obligado de los ejércitos realistas del Caribe al Pacífico, siempre hubo una guarnición militar relativamente fuerte respecto a la población local. Los sectores más ilustrados de la clase comercial istmeña no pudieron más que simpatizar en secreto con las ideas liberales que inspiraron el movimiento revolucionario hispanoamericano, como reconoce el propio Mariano Arosemena. Además la peculiaridad de ese sector liberal, fundamentalmente comerciantes, les hacía actuar de manera muy pragmática, sin arriesgar nada que pusiera en juego sus negocios e intereses.

Esa realidad social y económica explica la moderación política de las élites panameñas, tanto de los liberales vinculados al comercio afincado en la ciudad de Panamá (encarnados por la familia Arosemena), como de los terratenientes conservadores ubicados en el interior, principalmente en la provincia de Veraguas (encarnados por los Fábrega). Los últimos fueron realistas hasta la última hora, como el coronel José de Fábrega, jefe del ejército español hasta el 28 de Noviembre de 1821, cuando se pasa a las filas independentistas ante la amenaza de una invasión bolivarista enviada desde Cartagena, así como por el Grito de La Villa de Los Santos, proclamado por pequeños y medianos agricultores; los segundos, los liberales, tampoco fueron republicanos a ultranza, incluso se sentían cómodos con la Monarquía Constitucional , instaurada por la sublevación del general Riego en España en 1820, como prueban las propias palabras de Mariano Arosemena:

“La transformación política de España fué de grande trascendencia para este reino de Tierra-Firme… Los istmeños, como un paso preliminar para nuestra deseada emancipación de la metrópoli, hicimos traer a esta ciudad una imprenta, para establecer un periódico liberal, cónsono con nuestro programa de independencia. La imprenta llega en marzo, móntase y fúndase “La Miscelánea ”, de publicación semanal, de que fueron redactores los ciudadanos Juan José Argote, Manuel María Ayala, Juan José Calvo i Mariano Arosemena, e impresor José María Goitía. Con este periódico se hizo tanto a favor de la independencia jeneral de la América hispana i de los principios republicanos, que las autoridades del Istmo se alarmaron. Pero por fortuna se contuvieron a presencia de las nuevas instituciones de la monarquía, en las que la libertad de prensa era una de las garantías sociales: tal era la represión que entonces  hubiera en todo lo que fuera absolutismo”. (Págs. 106-107).

Recién en 1820, bajo la sombra del régimen constitucional español impuesto por Riego, es que va crearse el primer Cabildo constitucional, lo que llamaron las Juntas en 1809-10, que inició el movimiento independentista en otras regiones de Hispanoamérica. “El pueblo, por primera vez, usó del derecho de elección en lo municipal, procediendo de un modo conveniente a las libertades públicas”.

En este momento el cabildo formula un programa muy moderado de cambios políticos: “…que se elijiera la diputación provincial; que se nombrara el Representante en las Cortes; que los impuestos municipales se invirtieran en beneficio del municipio; que los militares no oprimieran al pueblo con sus patrullas, confiándose en adelante a los paisanos bajo la orden de u  Rejidor; que lo prisioneros de Mac-Gregor no fueran empleados en los presidios…; el Cabildo, para popularizar los asuntos, que eran el tema de esa correspondencia bien sostenida, hizo que vieran la luz pública en un panfleto que circuló con profusión dentro y fuera del Istmo” (y agrega al pie: “Este panfleto o libelo fue, sin duda, el primer volumen impreso en Panamá y del cual, por desdicha, no se conoce ningún ejemplar”).

El entusiasmo revolucionario no duró mucho, pues vino a recalar en Panamá el Virrey Sámano, quien se había negado a jurar la nueva constitución española. “Al posesionarse Sámano del gobierno del virreinato, el terror se apoderó  de los istmeños, i las familias desertaron de la capital para ponerse a salvo de las persecuciones que se aguardaban. Pero el anciano virrey estaba demente y sin salud, i el teatro que iba a representar su drama político final no daba lugar a que cebara sus instintos feroces… La imprenta, sin embrago, bajó de tono, i las reuniones de los patriotas cesaron, apareciendo en nuestra patria el silencio de las tumbas i el aspecto lúgubre de la muerte social” (Pág. 111). Como se ve, los que luego se llamarían liberales panameños estaban muy lejos de los actos heroicos que forjaron la independencia.

Sámano gobierna Panamá hasta el 3 de agosto de 1821, cuando muere y asume el general Mourgeon, que llega al Istmo por esas fechas, pero imbuido del nuevo espíritu constitucionalista: “Protejió la prensa, respetó el derecho de petición, i promovió sociedades patrióticas. Su caballo de batalla era hacer que los granadinos aceptáramos la Constitución española, desistiéndose por nosotros de la idea de independencia. Para estrechar a los istmeños con los españoles, fundó una lojia (logia) masónica, ejerciendo el ella las altas divinidades, unos i otros conjuntamente… Pero a pesar de esta política hábilmente empleada, nuestra determinación de ser independientes era una idea invariable…. Sin embargo, encubríamos nuestras aspiraciones cordiales para que el Capitán General continuara iluso en su pretensión de que fuéramos súbditos de la monarquía, ya regenerada” (Pág. 123-124).  Es decir, los liberales panameños simulaban bien sus afectos por la monarquía constitucional cuando ya se derrotaba militarmente a los ejércitos realistas en todas partes.

En octubre, ante la guerra generalizada, se produce un vacío de poder en Panamá, pues Mourgeon zarpa para Quito (22 de octubre) y el nuevo jefe de la plaza nombrado por el rey no puede llegar, pues está sitiado en Puerto Cabello, por lo cual José de Fábrega queda interinamente al mando del gobierno realista en el Istmo. Aún en ese momento los comerciantes liberales de la ciudad de Panamá no se animan a proclamar la independencia: “Sobre todo, no era prudente exponer al fracaso nuestro plan de libertad… Teníanse, pues, reuniones secretas, dirijidas a ir madurando el gran proyecto de salvación” (Pág. 125).

Por eso, el 10 de Noviembre de 1821, la independencia en Panamá llegó de la mano de una comunidad campesina, pequeños y medianos productores: la Villa de Los Santos. El levantamiento popular viene desde el campo hacia la ciudad, y desde los estratos sociales bajos y, sólo cuando los hechos son inevitables, finalmente, con once años de retraso, se deciden a actuar los comerciantes para oportunistamente ponerse a la cabeza.

El juicio crítico de Mariano Arosemena sobre el Grito de la Villa de Los Santos se sostiene décadas después, cuando escribe sus Apuntamientos: “En la Villa de Los Santos aparece un movimiento revolucionario, aunque de una manera irregular i deficiente, pues sus habitantes no declararon el gobierno que se daban, ni cosa alguna sobre los negocios de la transformación política: nocivos, se contentaron con llamarse independientes” (Págs. 125-126).

Ante los hechos consumados en Los Santos, el Gobernador convoca una junta para asesorarse, compuesta por los liberales citadinos que, dice Mariano, ya conspiraban para la independencia. Pero qué medida revolucionaria adoptan: “Prevaleció en la junta la idea de ocurrir (recurrir) a medidas suaves (¡!!), i fue una de ellas enviar a Los Santos dos comisionados de paz….” (Pág. 126). Siendo como eran comisionados de paz, no era para apoyar la revuelta, sino para pedirles que depusieran. Esto sucedió el 20 de Noviembre. Como Mariano escribe esto a posteriori, intenta salvar su prestigio de patriota alegando: “Los patriotas confiábamos en que lejos de lograrse que la Villa de Los Santos retrocediera del paso que habían dado (¡a eso enviaron los emisarios!), la proclamación de la independencia allí, no habría sido impugnada en otros de los pueblos del interior del país, i que se esperara para una revolución general que la capital encabezara” (Pág. 126). La excusa era la presencia de la tropa realista. Está claro.

El problema de las tropas se resolvió igual que en 1903, no recurriendo a la confrontación sino al soborno de los desertores, para lo cual los hermanos Arosemena (Blas, Mariano y Gaspar) junto a José M. Barrientos, pusieron el dinero. Lo más interesante, social y políticamente hablando, de lo que pasa en Panamá, entre el 10 y el 28 de Noviembre, es la aparición por primera vez de organizaciones políticas de las clases populares, hecho que no es mencionado por la historia oficial. “El encargo de establecer asociaciones populares, sostenedoras del programa libertador, se confió a un gran número de ciudadanos conocidamente patriotas, descollando entre ellos, Juan José Argote, Manuel María Ayala, José María Herrera, Manuel Fuentes, José Vallarino José María Gotilla, José Antonio Cerda, Juan José Calvo, Manuel Arce… (éstos pertenecen al grupo de los notables liberales de la ciudad) … Organizándose dos o tres sociedades patrióticas, compuestas de los maestros de arte de más influjo en el pueblo, a saber: Basilio Roa, Felipe Delgado, Abad Montecer, Juan Antonio Noriega, Manuel Luna, Fernando Guillén, Bruno Agûero, Juan Berroa, Manuel Aranzasugoitía, Salvador Berrío, José María Rodríguez, Alejandro Méndez, Guillermo Brinis, Manuel Llorent, José Manuel Escarpín; éstos incorporaron a las sociedades mencionadas, a los discípulos suyos de confianza” (Págs. 127-128).

Finalmente, el 28 de Noviembre se reúne el 28 de Noviembre el Cabildo y las autoridades de la ciudad de Panamá, rodeados del pueblo que llenaba la plaza de Catedral. Se somete a discusión si se proclamaría la independencia del gobierno de España. El presbítero Martínez, propone una salida intermedia, sí a la independencia pero a la espera de las reformas políticas de las Cortes. Esta moción es rechazada y se aprueba la que dice: “Panamá, espontáneamente, i conforme al voto general de los pueblos de su comprensión, se declara libre e independiente del Gobierno español”.

“Discutióse luego sobre cuál sería el Gobierno que se estableciera, si del todo independiente, si agregándonos al Perú, o si uniéndonos a Colombia, i se acordó lo siguiente: “El territorio de las provincias del Istmo pertenece al Estado republicano de Colombia, a cuyo Congreso irá a representarlo un Diputado” (Pág. 130).  Seguidamente se aprobaron una serie de resoluciones relativas al mantenimiento del orden y el gobierno interior. La sesión estuvo presidida por Manuel José Hurtado, y el Acta fue firmada por todos los comisionados, cuya lista no vamos a repetir aquí.

El Cabildo envió a Ramón Vallarino a Cartagena a dar la buena nueva de la declaración de independencia de Panamá, lugar al que llegó el 5 de diciembre, donde encontró una fuerza de 100 buques y 5,000 hombres que Bolívar había ordenado prepararan un ataque a gran escala sobre Portobelo y el Istmo para echar a los realistas.

Al respecto sopesa Mariano Arosemena: “… por manera que si no nos hubiésemos lanzado audaces los istmeños a los peligros inherentes  a la proclamación de independencia por nosotros mismos, esa gloria que supimos ganar no fuera hoy laurel hermoso que nos ennoblece”. Se asignó al general José M. Carreño, de origen venezolano, como jefe militar del Istmo a donde se trasladó con un contingente militar a inicios de 1822 y el Istmo fue agregado como el octavo departamento de la Gran Colombia , con sus dos provincias: Panamá y Veraguas.

El general Fábrega fue nombrado jefe político. Respecto de él dice don Mariano: “No existía sino un partido político, el independiente, había desaparecido el realista… El señor Fábrega, hijo de Panamá pertenecía a una familia mui considerada en el país. No habiendo sido de los que fueran en él partidarios de la independencia, desde el 28 de Noviembre…, sirvió con lealtad y abnegación a Colombia i al lugar de su nacimiento”. Blas Arosemana, hermano mayor de Mariano, fue nombrado por el general Santander teniente asesor de la intendencia. Desde ese momento habría una relación íntima con Santander no sólo de la familia Arosemena sino de todo el grupo liberal de los comerciantes del Istmo, con quien se alinearían en las disputas que estaban por venir entre el Vicepresidente y el Libertador Simón Bolívar.

El 20 de febrero, a través de O’Leari, edecán del Libertador, llega su conocido saludo a la independencia de Panamá: “No me es posible espresar el sentimiento de gozo i de admiración, que he experimentado al saber que Panamá, el centro del Universo, es regenerado por si mismo i libre por su propia virtud. El acta de Independencia de Panamá es el monumento más glorioso que pueda ofrecer a la historia ninguna provincia americana. Todo allí está consultado, justicia, generosidad, política e interés nacional. Transmita U. S. a esos beneméritos colombianos, el tributo de mi entusiasmo por su acendrado patiotismo i verdadero desprendimiento”.

Los capítulos de los Apuntamientos que hacen referencia a los años transcurridos entre 1822 y 1826 consignan un momento idílico según Mariano Arosemena: “Nos hallábamos en nuestra luna de miel, todo era abnegación i amor a la patria”. Según la descripción se inicia una fase de recuperación económica en el Istmo, apoyada en parte por el paso obligado de soldados hacia las campañas de liberación del Perú y lo que llegaría a ser Bolivia, las que describe minuciosamente. Mariano afirma que hasta las clases sociales más bajas se sentían en un momento distinto: “Una mudanza perfecta se había efectuado en el trato de los indios de nuestras comarcas… I advertíase también gran contento de la gente de color, al hallarse igualada en derechos a los descendientes de los conquistadores por consecuencia de la institución republicana”.

Por supuesto, desde un inicio los comerciantes istmeños tienen una perspectiva clara de que su prosperidad estaba asociada al fomento del tránsito de mercancías y desde los primeros años solicitan al gobierno central dos cosas relacionadas: la construcción de una vía transístmica, ya fuera un camino de “macadam” o una vía férrea; y la exoneración de todo tipo de impuestos a las mercancías en tránsito. Ese sería el eje de las demandas de los notables en los siguientes años y, como se verá, éstas encontraron apoyo permanente en los diversos gobiernos colombianos, contrario al “olvido” del que habla la historia oficial.

La crisis de la Gran Colombia en Panamá

En la historia de la Gran Colombia hay dos momentos claramente diferenciados:

a.- El que va de 1821 a 1825, en que se constituye el Estado con un gobierno encabezado por el Libertador, Simón Bolívar, como presidente, y un vicepresidente, representado por el general Francisco de Paula Santander. Un equilibrio bien pensado por Bolívar entre Venezuela y la Nueva Granada. Para comprender la razón de este equilibrio, hay que tener presente que Venezuela, y también Ecuador, tuvieron bajo el imperio colonial español rango de Capitanías que, aunque sujetas al Virreinato de la Nueva Granada, gozaban de cierta autonomía. Esta fue la base de la fractura de la Gran Colombia en 1831. No era el caso de Panamá, que desde el siglo XVIII era una provincia del Virreinato cuya capital era Bogotá. Este primer lustro, es una fase más bien estable por cuanto la lucha por la Independencia se había trasladado al sur (Ecuador, Perú y Bolivia), a donde se dirige Bolívar, dejando el gobierno efectivo en manos de su vicepresidente. En la medida en que es un periodo fundacional el gobierno anda en marcha suelta y hay pocas disputas sobre el qué hacer. Se establecen las primeras leyes institucionales, se asumen los primeros compromisos fiscales y programas de gobierno. En este lustro surgen los fuertes lazos políticos que van a atar al grupo de comerciantes liberales istmeños con el grupo liberal de Santander, con el cual se van a posicionar en la crisis de los años posteriores. Mariano califica positivamente a Santander, a quien llama “hombre de leyes”.  Estos cinco años son descritos por Mariano Arosemena como de gran regocijo en el Istmo, de unidad patriótica y esperanza en el futuro. Los capítulos correspondientes de los Apuntamientos están llenos de alabanzas a las decisiones gubernamentales. De 1825 datan los versitos de Mariano que describen bien su perspectiva de clase: “Salve, patria amada, tierra peregrina, por do se camina de uno al otro mar, plegue que en tu seno vea el mundo reunidos, sus frutos, tejidos, cuanto hai comercial”. (P. 163).

b.- El período que va de 1826 a 1832, que es el de la crisis y disolución de la Gran Colombia , atravesada por grandes disensos que van escalando hasta convertirse en guerra civil más o menos declarada. La Gran Colombia se divide en dos grandes partidos, de hecho, aunque no formalmente proclamados: los liberales santanderistas y los bolivaristas (bolivarianos, les llama Mariano Arosemena), que algunos historiadores llaman “conservadores”, pero que no calzan en esa categoría realmente (más propia de sectores terratenientes católicos). Son dos proyectos de Estado - Nación confrontados. Dos proyectos de clase en choque, aunque las fronteras entre ellas se crucen por momentos o se vuelvan transversales. En torno a Santander se bloquean: las grandes familias criollas, pretendidas herederas del poder colonial extinguido; algunos caudillos militares de origen terrateniente, sectores de comerciantes, como los de Panamá; profesionales de capas medias, principalmente abogados. En torno a Bolívar se bloquean: los diversos sectores sociales que han hecho carrera en el Ejército Libertador, desde grandes caudillos terratenientes (algunos de ellos) agrupados en la alta oficialidad; pasando por sectores medios, intelectualizados y profesionales (suboficiales); hasta llegar a las castas más bajas de la sociedad, negros y mestizos, que encontraron en el ejército la única forma de movilidad social ascendente en la rígida sociedad estratificada en castas heredada de la colonia. Tal vez por ello, el sector bolivarista encontró siempre apoyo en el bajo pueblo, y el santanderista en la aristocracia criolla.

c.- En Panamá, esa partición de aguas se expresó con claridad en las personas de dos generales: Tomás Herrera, relacionado con los comerciantes criollos del intramuro de San Felipe, vinculado desde siempre al grupo santanderista (incluso implicado en el intento de magnicidio contra Bolívar en 1828); y José D. Espinar, leal al Libertador hasta el último momento, de origen mestizo y relacionado con la plebe del arrabal de Santa Ana. Junto a Tomás Herrera, se alinearon con los santanderistas los liberales panameños, pertenecientes al Gran Círculo Istmeño, en su mayoría ricos comerciantes, como el propio Mariano Arosemena, su figura intelectual más connotada. El bajo pueblo del arrabal estaba del lado bolivarista, con lo cual las diferencias políticas tomaban un cariz de lucha de clases que se mantendría a lo largo del siglo XIX.

d.- El origen de la disputa es la Constitución elaborada por Bolívar en 1825-26, que proponía la creación de un gran estado confederado, que abarcaría desde la Gran Colombia (Venezuela, Nueva Granada y Ecuador) hasta el Perú y la recién fundada Bolivia. Gobernar este Estado. Requería un gobierno fuerte, que sólo podía presidir Bolívar, único con autoridad política y solvencia moral reconocida en toda esa región, ejerciendo una Presidencia vitalicia con poderes especiales. Por ello sus enemigos atacaron ese proyecto llamándolo “dictatorial”. Desde el primer momento, ese proyecto fue confrontado por el grupo santanderista que, tal vez temía ver disminuido su poder luego de cinco años de control total, y que prefería ver disgregada la Gran Colombia para favorecer intereses de las élites locales. En gran medida, el grupo de Santander promovió concientemente esa disgregación, primero provocando en Bogotá un repudio a las personalidades venezolanas, luego llevando a la crisis la relación con José Páez, caudillo de Venezuela, a quien incluso intentaron destituir, e incluso motivando a la oligarquía limeña para que expulsara los batallones del ejército “colombiano” que quedaban en Perú. Todas medidas que tendían a debilitar el poder de Bolívar y por consecuencia a la Gran Colombia. Entre ambos grupos confrontados maniobraron  los caudillos militares locales, como Páez en Venezuela o J. J. Flores en Ecuador, más interesados en salvar su control local que el proyecto de la Gran Colombia. Es decir que, aunque disputaban con Santander y su grupo, coincidían al final en el mismo objetivo: destruir el proyecto estatal, para salvar cada quien su feudo, que fue lo que sucedió.

e.-  Es en el marco de este cuadro general en que puede entenderse la situación de Panamá en las coyunturas críticas de 1826, 1830 y 1831. Las  mal llamadas “Actas Separatistas” de esos años, lejos de representar un conflicto nacional panameño contra Colombia, como falsamente pinta la historia oficial, son expresiones del conflicto político entre esos bandos (santanderistas vs bolivaristas) a los cuales el Istmo no escapó. Como ya hemos señalado, la historia panameña fue rescrita en el siglo XX con el claro objetivo de justificar la separación de Colombia del 3 de Noviembre de 1903, ocultando la intervención del imperialismo yanqui, procurando presentar el siglo anterior como reiterados intentos secesionistas, para lo cual han debido desdibujar y desencuadrar los acontecimientos como realmente se presentaron.

Las Actas y la crisis política en la Gran Colombia

Basamos este apartado fundamentalmente en las propias palabras de Mariano Arosemena, escritas en sus Apuntamientos Históricos, para evidenciar que los hechos descritos por él mismo, que era parte interesada y actor central, describen correctamente el conflicto político que hemos explicado en las páginas precedentes y no el simplismo de “panameños vs colombianos” del que nos habla la historia oficial panameña del siglo XX.

1826. El Acta del 13 de septiembre de ese año no tiene nada que ver con un movimiento separatista de Panamá contra Colombia, como falsamente aseveran algunos historiadores. La convocatoria a la Asamblea de ciudadanos que la discutió, fue hecha por el general Carreño, jefe militar del Istmo, a solicitud del Sr. A. L. Guzmán, que había llegado como emisario del Libertador para conseguir una proclama a la Constitución que había redactado en Bolivia.  Los notables del Istmo, alineados con los santanderistas como ya se ha dicho, no simpatizaban con la propuesta constitucional, por ende, se abstuvieron de respaldar a Bolívar, centrando su demanda hacia el presidente en que se construyera un ferrocarril en el Istmo para promover el comercio. Como esta posición no gustó al general Carreño, agitó al arrabal y convocó otra asamblea con participación popular, el 14 de octubre, que sí respaldó incondicionalmente al Libertador. Lo dice el propio Mariano Arosemena:

“Hallábase aún tranquilo el departamento, sin embargo de que en otros había agitaciones a consecuencia del proyecto de Constitución de Bolivia, que se pretendía se adoptara en Colombia, donde las ideas republicanas habían recibido hondas raíces. Con la llegada del señor A. L. Guzmán promovió el comandante general una junta de empleados públicos i ciudadanos particulares, para tratar la dictadura i la constitución connotada. Esta junta tuvo lugar el 13 de septiembre oponiéndose la mayoría a la aceptación de uno y otro asunto. Desentendiéndose del fin con que había sido reunida la junta, adoptó una idea que entrañaba un sentimiento verdaderamente patriótico. Convirtió el acta en una solicitud, pidiendo al Libertador que con su prestijio i grande influencia hiciera llevar al Istmo a sus altos destinos por medio de una línea férrea interoceánica. La reunión, como es de concebirse, concluyó con desagrado del general Carreño, i de los que se interesaban por la dictadura y la constitución boliviana” (Pág. 170).

La narración de Mariano es clara y expresa animadversión al proyecto político que impulsaba Bolívar y el ejército, representado en Panamá por Carreño. Este último se vería forzado a apelar a las clases bajas para lograr el objetivo, lo cual confirma una confrontación clasista más o menos abierta. Al respecto, los Apuntamientos señalan: “Para lograr llegar ellos su propósito (se refiere a Carreño y sus aliados), pusieron luego en juego, cuanto les pareció conveniente. Hicieron, entre otras cosas, sacar por las noches la música militar paseando las calles i las plazas, i al son de ella vitoreando al Libertador; i al fin el 14 de octubre se volvió a reunir la junta con gran aparato i resolvió lo siguiente: 1º. El departamento del Istmo se entrega en manos de S. E. el Libertador como único capaza de salvarlo en la actual crisis, lo mismo que el resto de la república; 2º. El Istmo concede a S. E. el Libertador i Padre de la Patria las facultades dictatoriales para que sobre la base de la eterna soberanía del pueblo, haga cumplir la voluntad de la mayoría;  3º. S. E. reunirá la Gran Convención Nacional cuando lo crea conveniente, sin limitarse al tiempo prescrito en la Constitución …” (sigue el acta con otros elementos reiterativos que no citamos por motivos de espacio, pero que están completos en los Apuntamientos Históricos). Conclusión de la coyuntura para Mariano Arosemana: “¡Quedó así establecida la dictadura en el departamento del Istmo ¡!” (Págs. 170 – 171).

Y agrega más: “Los sucesos del año anterior (1826) sobre la proclamación de la dictadura vinieron a dividir a los istmeños, que habían estado unidos i cónsonos con la política liberal del resto de la república. Vino la división de los partidos, la división de los ánimos, la desconfianza entre unos i otros individuos, i aún el rompimiento de muchos para los negocios comunes de la vida” (Pág. 177).

Al igual que sucedió en Bogotá, donde el grupo allegado a Francisco de Paula Santander, capitaneado por Vicente Azuero, se valieron de la prensa para atacar el proyecto bolivariano en nombre del régimen republicano; en Panamá, los liberales se nuclearon en torno a un periódico, llamado el Círculo Istmeño, para atacar la “dictadura” (en palabras de Arosemena). Hacían parte de su equipo editorial José Agustín Arango, José de Obaldía y Mariano Arosemena.

No vamos a entrar a valorar cuál era la posición más correcta, ni a entrar en los detalles y momentos del conflicto, porque no es el asunto central de este ensayo, aunque habría buenos argumentos en ambos sentidos. El tema es que la crisis de 1826 en Panamá no tiene nada que ver con un movimiento secesionista, sino con el conflicto político bolivarista/santanderista, conflicto en el que los istmeños tomaron posición en ambos bandos según a qué clase pertenecían.

1830. El general José Domingo Espinar, panameño de nacimiento, es el actor central en la crisis de 1830 y redactor del Acta de ese año. Espinar quedó como jefe del ejército en el Istmo en diciembre de 1827, cuando se retiró de Panamá Carreño, y  el general Fábrega no quiso asumir el mando para retirarse a sus negocios privados, principalmente en la provincia de Veraguas, que siempre fue el feudo familiar. Mariano hace una ilustrativa descripción de Espinar:

“El señor Espinar, hijo del Istmo, poseía talento i alguna instrucción. Como militar sirvió en la guerra de la independencia. Fue liberal hasta que apareció la cuestión de la dictadura, en 1826, en que se alistó en esta bandera. I favorecido por el Libertador, estuvo algún tiempo a sus órdenes, sirviendo en la Secretaría de Guerra i en algunos viajes con él. Durante el ejercicio de los últimos destinos públicos que desempeñó en el Istmo Espinar, se advirtieron en sus medidas, golpes repetidos de arbitrariedad”. (Pág. 185).

Es decir, José D. Espinar era de los panameños más allegados al Libertador (tal vez el único) y defendió sus propuestas políticas decididamente, contando en ello con la animadversión de Mariano Arosemena y los comerciantes liberales istmeños. Este detalle es importante porque es el contexto que explica sus actos durante la crisis de 1830.

Para entender a cabalidad el Acta de 1830, redactada por Espinar, es  obligatorio comprender el contexto general de lo que estaba pasando en toda la Gran Colombia, lo cual es omitido por algunos historiadores panameños. El problema consiste en que la crisis iniciada en 1826 escaló a un punto de crisis general y guerra civil en 1828, cuando fracasó la Convención de Ocaña. En ese momento los problemas estallaban por todos los costados de la república. Pero el eje de preocupaciones del Libertador, al momento de reunirse la Convención el 9 de abril, era la revuelta generalizada en Venezuela en la que las fuerzas políticas predominantes, encabezadas por Páez, se negaban a sujetarse al gobierno de Bogotá y planteaban abiertamente la separación de esa sección del país. Bolívar propuso a la Convención que asumiera una reforma constitucional que salvara la república y apaciguara los ánimos. Pero sucedió todo lo contrario. El representante venezolano propuso una forma de organización estatal de tipo federal, contra la cual votaron la mayoría de los representantes de otras regiones, quienes en su mayoría eran liberales vinculados a Santander, y eran dirigidos en la misma convención por el allegado de éste Vicente Azuero. Al final se presentan a consideración dos proyectos constitucionales y, ante la falta de acuerdo, un grupo de diputados se retira de la Convención, provocando su disolución y profundizando la crisis política.

Desde Panamá, y desde la perspectiva de los liberales como Arosemena, se comprendía en estos términos la disputa: “El liberal confiaba, en el Istmo, en que se daría una constitución libre, republicana, digna de reemplazar a la de Cúcuta, i que quedaría esta rigiendo, mientras que el partido boliviano esperaba ver sancionada una constitución, de conformidad con las opiniones del general Bolívar, espresadas desde el año 1819 en Guayana i ratificadas después”. (Pág. 185).

Disuelta la Convención de Ocaña el 11 de junio, y declarada la crisis abierta, dos días después, en Bogotá se produce una asamblea o junta de ciudadanos y funcionarios públicos que emite un Acta pidiendo al Libertador que asuma poderes extraordinarios para poner orden, reorganizar las instituciones y convocar otra convención en el momento que juzgue conveniente. En el mismo sentido se pronunciaron otras capitales de provincia. Panamá no fue la excepción. Aquí, el síndico procurador municipal, Joaquín Morro convocó una junta semejante con el mismo objetivo, el día 3 de julio de 1828. ¿Por qué los historiadores panameños del siglo XX han omitido esta Acta? Porque no encaja en el mito separatista.

Morro propone una resolución de cuatro puntos, en cuyo artículo 3 podemos leer una idea que aparecerá reiterada en el Acta de 1830: “que el Libertador presidente que siempre ha manifestado las disposiciones más benignas hacia las mejoras de este interesante Departamento en la república sea invitado a tomar el Istmo bajo su inmediata protección, haciéndolo ocupar un lugar de predilección entre las naciones”. (Pág. 186).

¿Cómo entender lo anterior? En el mismo sentido que en el Acta de 1830, que veremos más adelante: el Istmo se ofrece como punto de apoyo al Libertador, y como posible capital de la República (no está dicho con toda su letra, pero se infiere), ante la incertidumbre política que le rodea y la falta de apoyo que sufre en Bogotá y Venezuela. La junta aprobó una resolución que no incluyó esta propuesta del señor Morro, pero que exhorta al Libertador a asumir poderes extraordinarios, semejante a la antes citada de Bogotá. Mariano señala que la junta lleva la firma de José Sardá, intendente, José D. Espinar, tenerla del ejército y del obispo Juan J. Cabarcas, y de otras personalidades.

Arosemena concluye al respecto: “¡Que estas firmas fueran puestas con espontaneidad, así como las de los demás bolivianos, no hai por qué dudarse, pero que las firmas de los liberales se suscribieran en esta acta de su libre voluntad, no es cierto, i por consiguiente una ironía aquello de que fuese celebrada con absoluta espontaneidad!” (Pág. 187). ¿Fueron falsificadas las firmas? ¿O firmaron por temor? ¿O simplemente firmaron y luego trataron de justificar el hecho porque convenía en unas circunstancias que luego fueron desfavorables a los “bolivianos”? Sólo un estudio dactilográfico lo podría decir con certeza.

En la Gran Colombia la situación siguió deteriorándose. El 28 de septiembre de 1828 se produce el intento fallido de asesinar a Bolívar en Bogotá. Un amplio grupo de conspiradores son apresados y a los autores materiales se les juzga y ejecuta. Santander es acusado de ser instigador intelectual, pero su vida es perdonada por el Libertador a cambio del exilio a donde parte hasta 1832. Por otro lado, los generales Córdova, Obando y López inician una guerra civil de hecho contra el gobierno de Bolívar, insurreccionando las provincias occidentales, desde Popayán a Antioquia. Venezuela, liderada por Páez, declaró formalmente la separación el 25 de noviembre de 1829. El Perú ha expulsado los restos del ejército colombiano y ataca a Ecuador para arrebatarle Guayaquil. Bolívar convoca una Convención Constituyente que deberá reunirse el 2 de enero de 1830, a partir de la cual se desencadenará el capítulo final de su gobierno, con su renuncia irrevocable a la presidencia después de considerar todas las opciones (desde un régimen fuerte mediante una monarquía o una presidencia vitalicia),  lo cual dio inicio de la disolución definitiva de la Gran Colombia , y el asesinato del mariscal Sucre (luego se sabría que por orden de Obando, apreciado de Mariano Arosemena). Ese es el marco concreto de los hechos que rodean lo que sucede en Panamá.

El año 1829 discurre en Panamá bajo el control de los leales a Bolívar (el “partido boliviano” a decir de Arosemena), encabezados aquí por José Sardá, en calidad de intendente, y José D. Espinar, como jefe del ejército. Atendiendo a su carácter de clase, los llamados liberales istmeños, no hicieron oposición conociendo “lo arriesgado que era contender con su adversario, i ni aun hablaba de las libertades públicas” (Pág. 192). Arosemena da cuenta del estado de ánimo de las élites locales por voz del alcalde Manuel José Borbúa, en el sentido de que “… un grupo de hombres en pelotón, paseaba todas las noches las calles i plazas, de la población (parece referirse a Santa Ana), algunas veces con música, aclamando, con vítores escandalosos, criminales i alarmantes, un código extranjero (el boliviano) (sic), con insultos, vejaciones i desprecio de la sagrada carta… Que también amenazan la seguridad individual, turban la tranquilidad pública, con otros vítores que causan todavía mayor alarma. I que los buenos ciudadanos viven llenos de terror...” (Págs. 192 – 193).

Instalada la Asamblea Constituyente , en enero de 1830, Bolívar renuncia a la presidencia de la república, y asumen el gobierno Joaquín Mosquera, como presidente y Domingo Caicedo como vicepresidente, ejerciendo realmente este último por enfermedad de Mosquera, pertenecientes al sector santanderista, lo cual “inspira grandes esperanzas para el porvenir, al partido liberal del Istmo” (Pág. 200).

Lo que era bueno para los liberales, no lo era para los “bolivarianos”, como José D. Espinar. Pero este último logró en principio ser ratificado como jefe militar del Istmo por el nuevo gobierno. Al respecto, dice Mariano Arosemena, que “Caicedo se dejó fascinar por el jeneral Espinar”. Pero pronto intentarían corregir el gobierno pro santanderista y, con posterioridad al 6 de julio, intentó suplantar a Espinar por José Hilario López, lo cual desencadena la reacción de Espinar.

“Irritado el jeneral Espinar por esto, hizo que sus allegados y vecinos de la parroquia de Santa Ana (es decir, los sectores populares del arrabal), le dirijieran una representación, esponiéndose: “1º  el desconocimiento de todo gobierno, que fuera lejítimo (sic?!), apellidándose al ministerio del señor Mosquera, facción ministerial; 2º el sostenimiento a todo trance de la seguridad nacional de Colombia, cualquiera que fuera su forma de gobierno, i, 3º el respeto i protección de cualquier pronunciamiento de este departamento, que estuviera en consonancia con la integridad nacional i el bien del país conservándose y manteniéndose las autoridades actuales en sus respectivos destinos”. Y sigue: “Este documento fue dirigido por la comandancia general (Espinar), a la secretaría de estado del despacho de la guerra con una nota destacada, en que se leía que la mayor parte de las personas encargadas de los ministerios del presidente Mosquera, se encontraba poseída de un espíritu vertiginoso por el que prostituyéndose sus más sagrados deberes, conducían al resto de la república a una completa disociación i provocaba o entregaba a los pueblos al furor democrático i a la anarquía más completa, concluyendo con decir que los militares del Istmo no obedecían orden alguna comunicada por los ministros existentes en Bogotá, el 2 de agosto último” (Pág. 201).

Aunque la narración de Arosemena es suficientemente clara, vale la pena reiterar que el conflicto encabezado por el general José D. Espinar, lo es entre el partido “boliviano” al que pertenecía, y el gobierno encabezado por Mosquera, considerado “liberal” o “santanderista”. El 6 de septiembre Espinar convoca una asamblea, a la que Mariano Arosemena califica “entrañando sus ideas (las de Espinar) de independencia del Istmo” (Pág. 201). Vale la pena detenerse en esta expresión porque el mito de la leyenda dorada afirma que el anhelo “separatista” era de “todos los panameños” encabezados por la élite de los comerciantes “liberales”; sin embargo, don Mariano, cabeza pensante y dirigente de ese grupo, aquí se desentiende de la idea separatista la cual atribuye a Espinar. Ellos, la élite liberal no compartía esa declaración, por ende, se salieron de la sala, lo cual motivó a Espinar ordenar el arresto de dos figuras destacadas del Círculo Istmeño: Agustín Tallaferro y José A. Arango, la cual luego fue conmutada por el destierro, el general Fábrega huyó a Santiago al igual que los otros liberales “se fueron a los campos con sus familias” (Págs. 201 – 202). En pocas palabras, Arosemena desmiente a la leyenda dorada.

El 8 de septiembre llegó una orden del gobierno de Mosquera exigiendo la renuncia de Espinar, la cual enviaron por intermedio de Mariano Arosemena,  indicio de una relación de este con el grupo gobernante en Bogotá. Arosemena se hizo acompañar del general Tomás Herrera para entregarla, pero Espinar se negó a recibirla. El 10 de septiembre “rompió la tormenta”, y el 11, Espinar declara el departamento “en asamblea”, se entiende estado de sitio, aduciendo: “una conmoción a mano armada, en la cual se pretendía por algunos, el rompimiento de la integridad nacional, i en que había el peligro de una invasión de parte de Inglaterra, a causa, decía, de que ciertos vecinos de Panamá pidieron al Almirante de Jamaica su protección para separar el Istmo del resto de la república” (Pág. 202).

Al respecto dice Arosemana que el Almirante de Jamaica desmintió el pedido. “En realidad, lo que había emboscado (Espinar) era el proyecto de formar un cuarto estado, que figurara conjuntamente con los de Venezuela, Ecuador i el que había de erijirse precsisamente de las provincias de la Nueva Granada. El coronel Juan Eligio Alzuru (venezolano), a quien Espinar hizo comandante de armas apoyaba la idea, i era una palanca formidable por su genio violento que le atrajera el terror del país” (Pág. 203).

Detengámonos aquí: 1. El 6/9 Espinar propone una independencia a la que se oponen todos lo liberales, es decir, la élite comercial de la ciudad de Panamá; 2.el 11/9, Espinar declara estado sitio porque ha descubierto una conspiración de “vecinos” que ha pedido la intervención inglesa para separar a Panamá; 3. Arosemena alega que los ingleses desmienten el pedido; 4. pero sí hay un intento por declarar una independencia semejante a lo que pasaba en ese momento en Venezuela y Ecuador, pero afirma que la idea es de un general venezolano, Alzuru, con lo cual no está de acuerdo Espinar y tampoco Arosemena.

La descripción de los hechos es confusa y Mariano no hace mucho por esclarecerla. Pero lo que se infiere es que Espinar que el conflicto original es político y que los bandos se van reacomodando a conveniencia, siempre confrontados los liberales con la cúpula del ejército. Ahora bien, la conspiración con los ingleses ¿realmente existió o fue sólo una excusa para decretar el estado de sitio como insinúa Arosemena? ¿De haber sido cierta, qué “vecinos” habrían solicitado la intervención extranjera? Los que mejor estaban relacionados con los ingleses de Jamaica eran los propios comerciantes panameños con quienes negociaban incluso desde el siglo XVIII. ¿Habrá habido esa petición de intervención y, al cabo de los años, no haya querido Arosemena reconocerla por inconveniente? Preguntas que una investigación más profunda debe resolver. En cualquier caso no había “unanimidad de los istmeños”, lo que había era una gran crisis en la que cada quien hala para donde creía que le convenía.

El 26 de septiembre se produce finalmente el Cabildo pleno, convocado para Espinar y aprobar el Acta, que dice en su considerando, que “la separación del Sur de la república (Ecuador) ha producido una escisión completa de la Nueva Granada : que el Istmo carece de relaciones mercantiles con los departamentos del Centro de la república (Nueva Granada); Que los señores del Sur hostilizan actualmente al comercio del Istmo reputándolo como estranjero por razón de haber permanecido adictos a la Nueva Granada … Que el departamento del Istmo lejos de desear la enemistad de los demás pueblos, tiene necesidad de ponerse en armonía i buena intelijencia   con todos para dar i recibir aucsilios en los males comunes; I en fin que el gobierno de Bogotá por su circular del 7 de julio último, número 33 ha convocado a los pueblos  para que manifiesten sus deseos…resuelven:

Art. 1º Panamá se separa desde hoy del resto de la república i especialmente del gobierno de Bogotá.

Art. 2º Panamá desea que S. E. el Libertador Simón Bolívar se encargue del gobierno constitucional de la república como medida indispensable para volver a la unión de las partes de ella que se han separado bajo pretestos diferentes, quedando desde luego este departamento bajo su inmediata protección.

Art. 3º Panamá será reintegrado a la república luego que el Libertador se encargue de la administración o desde que la nación se organiza unánimemente de cualquier otro modo legal.

Art. 4º Panamá desea que el Libertador venga a su seno para que colocado en un punto en que pueda atender a las partes dislocadas de la república procure que la nación sea reintegrada” (Págs. 203 – 205).

Siguen ocho artículos, hasta el doce, referentes a la continuación de la vigencia de las leyes y la constitución, la designación de Espinar como jefe civil y militar, la asignación de cuatro ciudadanos para que asesoren la toma de decisiones y la comunicación de esta decisión a la provincia de Veraguas y al Libertador. Pero quedan muy claras dos cosas: uno, no se trata de una separación definitiva sino condicionada, mucho menos alude a un trato injusto de los “colombianos”; dos, las reiteradas alusiones a Bolívar muestran con claridad que sólo ven en él al único que puede salvar la república y, por ende, esta acta es producto del “partido bolivariano”. Llama la atención que en la larga lista de ciudadanos que respaldan con su firma el acta no aparecen los notables que habían controlado el Istmo hasta aquí, y se comprende por ser del partido opuesto. Sólo al final, firman Mariano y su hermano Blas Arosemana, probablemente más por los cargos públicos que ostentaban que por convicción política.

Seguidamente Mariano afirma que los seis cantones que componían el departamento apoyaron el acta, menos Veraguas, instigada por el general Fábrega a quien le filtraron una carta dirigida a uno de los suyos, la cual es muy diciente en cuanto a las diferencias políticas y de clase que atravesaban el tema del acta del 26 de septiembre: “Querido Pablo: Espinar trae miras de hacerse un soberano, pretextando el nombre de Bolívar que ya es insignificante en la república, al frente de nuestro gobierno constitucional. El cuenta con jente de su clase… Ya ves  que si no tratásemos de cortarle las alas, seremos el ludibrio de una jente desafecta… por lo que marcharás a Los Santos, ten una entrevista con Pérez, y hazle presente en mi nombre que con él cuento para cualquier empresa” (Pág. 206).

Arosemena dice que la carta de Fábrega fue publicada como volante por los allegados a Espinar, bajo el título “San Bárbara” y “suscrita así, 79,988 plebeyos” (los habitantes del Istmo) en la que “se prodigaron ofensas contra el jeneral Fábrega i la clase blanca” (Pág. 206). La clase blanca…

Dejando por un momento la situación particular de Panamá, hay que señalar que la actuación de Espinar no fue caprichosa, ni aislada. Fue parte de una serie de sublevaciones militares que atravesaron toda la Gran Colombia contra el gobierno de Mosquera/Caicedo. El propio Mariano los describe: se subleva el batallón Granaderos y el escuadrón Húsares de Apure en Bogotá; desde Venezuela llega Mariño a la frontera con Nueva Granada al frente de una división; en Quito, Juan José Flores promovió una declaración de separación el 3 de mayo; los batallones Callao, Boyacá y Cazadores de Cundinamarca también estaban sublevados. Ya a inicios de septiembre Mosquera concluyó que no podía gobernar y ofreció la presidencia a Bolívar, también, el cual la rechazó. Finalmente asume el gobierno el general Rafael Urdaneta, figura aceptable para los bolivarianos y mandos del ejército.

1831. Hasta el 23 de marzo de este año gobierna el general José D. Espinar en el Istmo, como dictador, a juicio de Arosemena. Según los Apuntamientos a inicios de año viaja al interior, acompañado por parte del Batallón Ayacucho, seguramente para consolidar posiciones frente a las influencias de Fábrega, que ya se mencionaron. Para lo cual intentó atraerse a “sujetos ricos e influyentes” pero que recelaban de él. A inicios de marzo corre el rumor de “un motín de gente de color, que rechazaba la unión del Istmo al resto de la república i que quería un gobierno independiente i soberano bajo el mando del general Espinar”. Allí es cuando el coronel Juan E. Alzuru, “ecsitado por algunos ciudadanos” (de la élite suponemos), le da un golpe de estado a Espinar y lo deporta a Guayaquil. “Salvamos así del escollo Scila para caer en Caribdis”, sentencia Mariano. (Pág. 214).

Lo más contradictorio de la crisis de 1831 es que, insinuando Mariano Arosemena un motivo egoísta y personal de parte de Alzuru que para expedir el Acta del 9 de julio,  un supuesto temor de que el gobierno de Urdaneta los juzgase por el asesinato del comandante Manuel Sotillo y el teniente José Villanueva, produjo el documento mejor elaborado por los comerciantes panameños en función de cómo reacomodarse frente a la disolución de la Gran Colombia. Tómese en cuenta que, muerto Bolívar, se pierde la esperanza de un gobierno centralizado, pero aún persiste la idea de crear una Confederación de tres estados con gobiernos independientes. Por ahí es donde apuntan las propuestas del Acta del 9 de julio de Panamá. No la vamos a citar literalmente por su extensión, que puede ser consultada entre las páginas 215 a 220 de los Apuntamientos, pero vamos a reseñar lo medular del contenido:

El considerando, en su artículo 1, empieza por dejar constancia de la escisión de la Gran Colombia en tres estados, pero advierte que el problema de que Panamá se integre en la Nueva Granda es que no tiene relaciones comerciales con ella (igual que se recogió en el acta de 1830). El artículo 2 afirma que así como Ecuador, Venezuela y el centro tuvieron en cuenta sus propios intereses, Panamá debe “procurar también los inmensos bienes a que está llamado por la naturaleza i por la sociedad”. El artículo 3, contiene la idea central: “Que las rivalidades y zelos de las secciones Sur, Centro y norte de Colombia se evitarán formándose del Istmo un territorio que perteneciendo a todas, ninguna disponga de él exclusivamente…”. El artículo 4 sigue la idea: “Que el medio de afianzar para siempre la unión íntima de los tres estados que aspiran a la confederación es fijando un lugar equidistante de ellos, en el cual lejos de la influencia de alguna de las secciones se instale con entera independencia el congreso de plenipotenciarios”. El artículo 5 hace referencia a la posibilidad de hacer un camino por Panamá que promueva el desarrollo comercial internacional. El artículo 6 señala que “los hijos del Istmo autorisados por las circunstancias actuales pueden i deben ver por su futura felicidad, haciendo uso de la soberanía que han reasumido después de la rotura del antiguo pacto colombiano” (Págs. 215 -216).

A nuestro juicio, hay en el acta dos objetivos: por un lado, uno unitario, Panamá se propone como sede del Congreso de Plenipotenciarios de la Confederación; otro particularista, justificado por el primero,  para lo cual pide un estatus especial, que no la obligue a someterse a ninguno de los tres estados surgidos de la crisis, para poder seguir en relación comercial con todos, pero en particular para los istmeños.

La parte resolutiva consta de catorce artículos que en esencia dicen: Artículo 1 “Panamá se declara en territorio de la Confederación colombiana i tendrá una administración propia, por medio de la cual se eleve al rango político al que está llamado naturalmente”; Artículo 2, reconoce la parte de la deuda del estado  que le toca; Artículo 3, los tres grandes estado gozarán de inmunidades comerciales; artículo 4, “Panamá siendo un pueblo de la familia colombiana, se conducirá en su comercio con el norte i el centro de la república, del mismo modo que con el sur…”; Artículo 5 “Panamá ofrece a los mismos Estados un territorio para la residencia de la Confederación colombiana, y  para que en él se reúna todas las veces que sea necesario el congreso de ministros plenipotenciarios…”. Artículo 6 se enviarán diputados a los tres estados a comunicar el acuerdo; Artículo 7 se preserva provisionalmente la constitución; Artículo 8, se nombra a Alzuru jefe militar y a Fábrega jefe político; Artículo 9, establece el principio de la sucesión de mandos; Artículo 10, inviste de poderes judiciales a ambas autoridades; Artículo 11, se obliga a pagar los sueldos de la guarnición; Artículo 12, se convoca para el 15 de agosto una dieta constituyente; Artículo 13, invita a los cantones de la provincia, y a la de Veraguas a que se sumen; Articulo 14, se compromete a atender los trámites de particulares con gobierno central.

Contrario al acta de 1830, promovida por Espinar, ésta sí lleva la firma de los notables de la ciudad de Panamá, aunque extrañamente no se consigna la firma de los hermanos Arosemena. Entre ellos, Obarrio, Obaldía, Vallarino, García de Paredes, etc.

Juan E. Alzuru dirige una proclama a la tropa que esclarece aún más el sentido del acta, al decir: “Después de fijar vuestra ventura para siempre, habéis procurado la unidad de la república proponiendo a vuestros hermanos este territorio para centro común de los estados”. Sin embargo, luego argumenta en el sentido de que la nueva situación, justifica que se asuman como los defensores armados del acta y del Istmo, no se olvide que muchos de los soldados y oficiales provenían de otras partes de la república. Y agrega: “Soldados: no hemos preguntado a Venezuela, al Ecuador ni a la Nueva Granada , con qué derechos han llegado a ser lo que son ¿Y con justicia podrán reconvenir nos por la defensa de iguales principios en un pueblo que más que en otro alguno de Colombia necesita de reglamentos locales, de una legislación particular que lo saque de la miseria i abatimiento en que yace? No puede esto esperarse, pero si sucediere, estamos autorizados por el cielo para repeler con las armas una agresión bárbara i temeraria”. (Pág. 221).

Lo leído pareciera indicar que Panamá se encaminaba por una declaración de independencia en el mismo sentido que la de Ecuador o Venezuela, aceptando una relación con el resto mediante una Confederación, pero exigiendo un gobierno soberano para sí. Al menos eso parece ser lo que tiene en mente, tanto Alzuru como los firmantes del Acta. Pero los hechos posteriores ponen en duda la unanimidad en torno a este propósito.

Respecto a sí mismo, dice en los Apuntamientos Mariano: “Habiendo nombrado éste (Alzuru) de secretario de la comandancia de armas a don Mariano Arosemena, sirvió el empleo con descontento los pocos días que Alzuru estuvo sujeto al régimen legal, i le abandonó luego que asumió aquel los mandos desertando de la secretaría para llevar las consecuencias de las venganzas del mandatario, hecho señor del Istmo” (Pag. 222).

No había mucha convicción de los sectores liberales istmeños de sostener un gobierno independiente pues, a los pocos días, llegó el general Tomás Herrera de Bogotá con orden de relevar del mando a Alzuru, le abandonó Arosemena, este ordenó la deportación de los notables (a los Arosemena, Vallarino, al mismo Fábrega, etc.), le hicieron la guerra desde Fábrega a Obaldía. Luego de varias semanas de escaramuzas y combates, finalmente Alzuru fue derrotado y fusilado por Tomás Herrera al mando del batallón Yaguachi y milicias reclutadas por el camino. El batallón Ayacucho fue disuelto, “los jefes i oficiales que promovieron las revueltas en el pais recibieron sus pasaportes, que se estendieron en número de 60”, por considerársele fuente de inestabilidad para el nuevo gobierno liberal de la Nueva Granada.

El propio Mariano Arosemena confirma la falta de voluntad independentista de la élite comercial panameña, cuando afirma que: “La reunión en Bogotá de la Convención constituyente de la república de la Nueva Granada, consoló a los istmeños en la confianza de ver constituido el centro de Colombia, de que estaban ya completamente separados el Ecuador y Venezuela” (Pág. 227).

Más aún, Mariano Arosemena ve como natural la pertenencia de Panamá a la Nueva Granada , cuando al final de este capítulo reflexiona: “Colombia dejó de existir para que nacieran  de ella tres repúblicas acomodadas a sus hábitos e instituciones naturales…. Venezuela, Nueva Granada i Ecuador, bajo las rivalidades i localismos que creó en ellos el coloniaje, fue imposible que permanecieran unidos por mucho tiempo en un cuerpo de nación bien consolidado” (Págs. 229 -230).

Está claro. El hilo central de la crisis que va de 1826 a 1831 es la disputa entre dos proyectos nacionales (Bolívar y Santander) y varios sectores sociales confrontados, principalmente el pueblo y el ejército del lado bolivariano, y la oligarquía comercial latifundista del otro bando. Eso fue así en toda Colombia, y Panamá no fue la excepción. Cuando Bolívar deja la Presidencia y muere, los sectores más recalcitrantes con el independentismo fueron los militares, en todos lados (Ecuador, Venezuela, Panamá), porque en el ejército estaban los bolivaristas y no pretendían verse sometidos por los santanderistas liberales de Bogotá. Las proclamas independentistas fueron más una reacción política de fracciones del ejército, que proyectos nacionales claramente definidos.

En el caso de Panamá, se evidencia la actitud discorde de los comerciantes con las Actas de 1826 y 1830, promovidas por los militares, en su mayoría venezolanos.  Incluso, aunque el Acta de 1831 recogió las aspiraciones ideales de estos comerciantes, ellos rápidamente prefirieron sacar del medio al coronel Alzuru y entenderse con el gobierno de Bogotá. Por supuesto que la oligarquía comercial local dejó traslucir sus intereses en cada acto y en cada acta que podían. Pero eso no significa que se sintieran en capacidad, ni que tuvieran los deseos, de sostener un estado independiente a lo largo del siglo XIX.

Esa relación positiva, de la oligarquía panameña con los santanderistas se mantendría armónicamente por casi diez años, hasta 1839, cuando estalla la Guerra de los Supremos. Dejamos para otra ocasión la lectura crítica de la crisis de 1840-41, y la proclamación del Estado Soberano del Istmo que, también adolece de las mismas deformaciones que las coyunturas analizadas aquí.

El apoyo reiterado de Colombia al comercio por el Istmo de Panamá

Otro mito reiteradamente planteado por la historia escrita con posterioridad a 1903 es el del supuesto “abandono” de Colombia hacia el Istmo de Panamá y la resistencia de los gobierno bogotanos en apoyar la vocación comercial de este departamento. Sin embargo, la propia relación de hechos realizada por Mariano Arosemena en sus Apuntamientos Históricos deja ver una actitud contraria, por más que hubiera diferencias o demoras, en algunas coyunturas, en dotar al Istmo de un sistema de “libre tránsito”, es decir exoneración impositiva para el negocio de reexportación o tránsito de mercancías.

Tan pronto como 1825, consolidada la independencia en Perú, Simón Bolívar no sólo coloca a Panamá como la sede del Congreso Anfictiónico, que debiera unir en una confederación a toda la América Hispana , sino que ordena una concesión a los ingenieros LLoyd & Falmark, para explorar el Istmo y establecer la ruta más corta para construir un “camino de hierro”. Dicha exploración se cumplió y estos ingenieros fueron los primeros en señalar la margen oriental del río Chagres como la ruta más adecuada. Incluso Bolívar pidió opinión a los panameños José A. Zerda y al propio Mariano Arosemena, quienes recomendaron la construcción de un canal (P. 161-162).

Si en los siguientes años, hasta 1832, no se avanzó más en esta dirección, no fue por ninguna mala voluntad como se pretende, sino por la crisis política aguda que derivo en la disputa entre Bolívar y Santander, y luego en la disolución de la Gran Colombia. Crisis que fue escalando, como ya analizamos, desde el rechazo de los santanderistas a la Constitución propuesta por Bolívar, hasta el intento de asesinato del Libertador, y la subsecuente expulsión del país del Vicepresidente, la guerra civil en el sur occidente, hasta llegar a 1830 con la renuncia y muerte de Bolívar, y las declaraciones de separación de Venezuela y Ecuador. Acontecimientos abordados por Mariano Arosemena en su obra.

Resuelta la disputa política, y estabilizado el país bajo la denominación de la Nueva Granada , a partir de 1832, hasta la guerra civil de 1840, de manera sistemática, cada año y por propuesta del municipio de Panamá se aprobaron medidas de diverso tipo que apoyaban el libre comercio en el Istmo. Veamos:

 1832. El gobernador de Panamá, Juan José Argote, replantea la necesidad de construir un “camino de ruedas” que favorezca al comercio y aventaje a la ruta por el Cabo de Hornos. (P. 233).

1833. Mariano señala que “no escuchándose el clamor de los granadinos del Istmo por el gobierno de la República , con respecto a la declaración solicitada de comercio libre para los negocios que giran de un mar a otro, i relativamente a la vía de comunicación  franca, bien fuera acuática o terrestre… nuestra exasperación llegó al colmo en el presente año” (P. 237). Pero el Congreso, si bien no aprobó recursos para la construcción de la vía, ese año sí aprobó la reducción al 2% del impuesto de importación en el Istmo (los comerciantes panameños querían cero impuestos). Pero el 13 de septiembre se enmendó el artículo 2 de la Ley del 213 de junio, señalando que los nacionales estaban exceptuados de impuestos. Además se estableció que los buques, nacionales o extranjeros, que comerciaran con las comarcas indígenas, desde Veraguas a Darién, debían recalar en el puerto más cercano y pagar un derecho de 12 reales por tonelada. Por supuesto, esto tampoco satisfacía la ambición de los comerciantes istmeños, quienes por boca de don Mariano se quejaban: “¡Restricciones i más restricciones para un país que deseaba libre comercio!” (P.240).

1834. “El gobierno de la República oyó al fin nuestra incesante demanda…”. El 25 de mayo se autorizó al Ejecutivo para contratar una empresa que abriera un “camino de ruedas” o de hierro por el Istmo. Además, el 5 de junio se emitió una ley que eximía de impuestos de importación las mercancías que entraran por los puertos del Istmo, siempre y cuando sólo estuvieran en tránsito. Las mercancías que entraran al país sí tendrían que pagar los derechos de aduana correspondientes (p. 245).

1835. El 25 de mayo se emite un decreto que declara libres para el comercio de todas las naciones los cantones de Panamá y Portobelo, la única condición es que la ley sólo regiría a partir de una “comunicación franca”, o camino de ruedas, hierro o canal. También se eliminó la alcabala en ambos cantones y se reconocieron a Montijo y Bocachica como puertos comerciales. El 27 de mayo se emitió otro decreto que concedía al barón de Thierry el derecho de construir un canal por las aguas de los ríos Grande y Chagres hasta la bahía de Limón (P. 252-255).

 1836. Se ordena a las autoridades ocupar Bocas del Toro, que estaba en poder de extranjeros, y se le otorga el rango de cantón de la provincia de Veraguas. Ese mismo año, ante la incapacidad del barón de Thierry de llevar a cabo la construcción del canal por Panamá, se traspasan esos derechos a una sociedad encabezada por Carlos Biddle, en la que aparentemente tenían participación importantes figuras políticas colombianas como José H. López y Vicente Azuero.

 1837. Sucede el sitio de Cartagena por parte de una fuerza naval británica, al mando del comodoro Peyton, en reclamo por un incidente en que se había encarcelado en Panamá al cónsul británico en el Istmo, hecho acaecido el año anterior y que ha pasado a la historia como el caso Russel. Los británicos exigieron una compensación económica de la Nueva Granda. Ese año se hicieron nuevas concesiones al comercio en el Istmo: se permitió que las cargas y descargas en los puertos se pudieran hacer a horas distintas a las establecidas por las autoridades aduaneras; se liberó de impuestos al trasiego de metales preciosos y al oro; pero se establecieron reglas para marcar las mercancías en tránsito por el Istmo, de modo que se fiscalizara el contrabando.

1838. Caducan los derechos otorgados a la empresa de Biddle para la construcción del canal y se traspasan a la empresa de Augusto Salomón y Cía. (de origen francés), ya se trate de un canal o un camino (P. 271). Los Apuntes registran que para este año el administrador aduanero en Chagres lo es el propio Mariano Arosemena, el cual consigue un aumento de las recaudaciones al mejorar el sistema de cobro de “derechos de bandera”, que estaban siendo usados por los comerciantes para evadir al fisco. Esto motiva quejas de los comerciantes contra el señor Arosemena.

1839. El 15 de mayo se emite un decreto por el cual se autoriza a los buques que arriben a los puertos de Panamá y Portobelo a no pagar derechos de anclaje, además se autoriza la exoneración impositiva de los frutos provenientes del Perú y Centroamérica. Mariano cita e informe del Presidente Márquez al Congreso, donde dice: “Yo hago voto al cielo porque se verifique esta obra (hablando del canal o camino por Panamá) importante a las provincias del Istmo, a la república entera i al mundo comercial i estoi decidido a contribuir hasta donde me lo permita  mi poder legal, a que se remuevan los obstáculos que pudieran presentarse para llevar al cabo tan útil empresa” (P. 277).  La guerra civil, llamada “de los Supremos”, que estaba en ciernes le impediría cumplir ese compromiso.

El propio Mariano Arosemena reconoce el esfuerzo de los gobiernos neogranadinos de la década del treinta del siglo XIX por el apoyo consistente al libre comercio por el Istmo de Panamá: “Las concesiones gubernativas al Istmo, cónsonas con el mejoramiento del comercio e implantación de una buena vía de comunicación a los dos mares fueron, como se ve, importantes en los cuatro últimos años, debiéndose en gran parte a las luminosas ideas de sus hijos que supieron abrirse campo en el resto de la nación” (P. 278).

 

 

Bibliografía

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Beluche, Olmedo. “Justo Arosemena y el problema de la unidad latinoamericana”. Revista Tareas No. 95. Panamá, enero – abril de 1997.

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Luna, Félix. La independencia argentina y americana (1808-1824). La nación. Buenos Aires, 2003.

 

Panamá, 28 Noviembre de 2011.

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