Por Horacio Villegas

El celular estuvo sonando. La señora elegante contestó la llamada en su oficina, sentada en su exclusivo escritorio.

– ¡Puta! –Gritó–, pónganse de acuerdo con el contrato, ¿ustedes me aseguran que sacarán de los pelos a esos vagos? Ya saben, lo que cobren no interesa para nada, lo importante es el desalojo. ¿Cómo dice…? No invente, no habrá ningún enfrentamiento, todo mundo espera fuera de nuestros predios a esos güirros. Ya sabe, es nuestra Institución la que está en juego, esperamos que cumplan. Bien… Adiós.

Esa misma tarde se hicieron presente tres individuos en la oficina, llevaban traje y corbata, y en la bolsa de su pantalón figuraba un “woki toki”. Eran informantes. Con su pinta de docentes pasaban desapercibidos; expresaron de inmediato informes sobre la situación allí dentro:

– Son varios líderes. Se reúnen a menudo en distintos edificios; están organizados “Lic”, y varios son de economía y sociales, sabemos distinguirlos a la mayoría. Ya la sorprenderemos a usted con fotos de cado uno de ellos; hasta sabrá qué color de camiseta anduvieron en cada reunión. Es más, hasta dónde viven y con quién. Ya verá que sí.

Todos hablaban al mismo tiempo, impacientando a la señora elegante que no dejaba de revisar papeles. Ella, fríamente y sin asombro, preguntó por sus nuevos planes, por el ¿qué sucederá ahora? Uno de los informantes, el del ojo chueco y todo enclenque, dio un paso adelante y colocó un sobre en el escritorio. Dio un paso atrás sin decir nada. Ese momento se les hacía familiar a los otros dos. Se miraron luego a los ojos, y con el mismo afán tácito, dijeron:

–“Nos vemos”. Y salieron quedito.

La señora elegante salió de su oficina, que quedaba en el último piso del edificio administrativo. Llegó a su  auto. Al entrar encendió la radio, bajó un poco el volumen y comenzó a rememorar las actividades del día, y los planes que aún faltaban por cumplir. Acercó el retrovisor delantero y comenzó a hablar sola, se dijo a sí misma:

– ¡Lo lograste!, ¡sos grande! Ahora te respetan. Ya no eres una simple y boba decana que le sirve a superiores, ahora eres la vice…, la casi dueña de estas paredes, aulas y edificios. Das órdenes a quién sea. ¡Eso eres! ¡Una mujer poderosa y valiente!

Al instante de hablar consigo misma, adoptó otra personalidad, esta vez, la del espejo retrovisor eran sus empleados. Y ella, desde luego, era ella; sentada en el asiento, asida del timón con toda la fuerza necesaria.

– ¡Imbéciles! –Gritó–. ¡No saben hacer nada! ¡Son unos estúpidos! Nunca alcanzaremos a los profesores ticos, nos llevarán ventaja siempre.

Aquello era un ataque de regaños y elogios, pues de repente el retrovisor era la Rectora:

–Buen día Rectora, me encanta su vestido, es tan elegante… sí…, como usted quiera, la reunión se pospone hasta el miércoles.

Pasó a ser luego su chofer:

–!Idiota! ¡No sabes manejar!, me matarás un día. Ahh… pero ese día nos matamos los dos cabrón. No lo dudes. Llenaremos de sangre la carretera.

Su hija:

–Vas a entrar Carol. Ya vas a ver, la plaza del vejete de matemáticas te quedará a vos cariño. Sólo tengo que mover algunas piezas, hacer algunas llamadas y preparar un despido.

La bocina del auto estuvo intermitente, sonaba por momentos. Era ella quien golpeaba la bocina del timón con lágrimas abundantes que caían de sus mejillas. Gritó encolerizada, pero calló al ver pasar una pareja de estudiantes. Volvió a ver el espejo retrovisor y alcanzó a ver todo su rostro. Se imaginó contenta unos segundos; sonó su nariz fuertemente y metió el acelerador hasta llegar a su gran residencia.

Eran las 6:00 am del siguiente día. Varios puñetazos y forcejeos eran captados por las cámaras de los periodistas, quienes esquivaban piedras y palos que llovían por los cielos. La primera plana de algunos diarios decía en letras mayúsculas y llamativas: “EMPRESA DE SEGURIDAD ESPARTAN, AGREDE A ESTUDIANTES UNIVERSITARIOS”.