Por Horacio Villegas y Mateo Raudales

El movimiento estudiantil universitario (MEU) logró en el 2016, granjearse del acompañamiento indispensable de la mayoría de asociaciones de carrera de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH); esta fórmula organizativa se tradujo en un permanente forcejeo entre el movimiento y las autoridades que desembocó en un apremiante acuerdo, semejante obstáculo sin duda. Las asociaciones de carrera sencillamente eran el baluarte más provisto de claridad al momento de hacer expuestos los reclamos, decisiones y propuestas en el movimiento estudiantil.

La dinámica de la lucha en el 2016 fue necesariamente el producto de años de organización acumulados, y una fuerte labor de ensayos democráticos en los espacios de participación de cada una de las carreras. Los estudiantes protagonistas de las huelgas, aquellos que encarnaron cada uno de los principios afines a su organización más cercana como las asociaciones, no dudaron en cerrar filas en una misma determinación colectiva: el peso de sus asambleas reunidas bajo el criterio de la construcción de propuestas, ampliamente discutidas.

De manera que el MEU se debió a estos espacios organizados de estudiantes que volvieron realizable la plausible toma del 1 de junio hasta el 28 de julio de las instalaciones de la Universidad, que llevó al inicio de un momento aprovechable para el reclamo de representación estudiantil en los espacios políticos y académicos de la Universidad.

Los acuerdos del 28 de julio del 2016 desataron una suerte de inmovilismo en los estudiantes y trajeron consigo una serie de intervenciones jurídicas de parte de los sectores más reformistas y conciliadores a secas –estudiantes de derecho e ingenierías, entre otros; desde entonces el MEU se ha convertido en una especie de cuerpo desmembrado que ya no sugiere el replanteamiento de la lucha estudiantil, pues ha interesado más el “papeleo” en vez de elaborar estrategias que vuelvan atrayente un proyecto a largo plazo.

Las asociaciones de carreras hoy: ¿la vanguardia del movimiento estudiantil o espacios captados por las autoridades?

En este contexto desastroso se enmarcan hoy las asociaciones de carrera; a éstas han llegado recientemente convulsiones quizá planificadas en el buró de las autoridades. Es crucial para la rectoría y varias decanaturas y jefaturas serviles, desmantelar los espacios organizados por los estudiantes: boicotear los procesos electorales dentro de las asociaciones; generar conflictos que orientan a la enemistad y oposiciones declaradas sin sentido; y de fondo, se trata de la franca aniquilación de los espacios que dieron vida al proyecto casi victorioso llamado “MEU”.

Proponemos a los compañeros que comparten el espacio de las asociaciones estudiantiles, no dejarse arrebatar sus conquistas tan bien logradas como sus reglamentaciones internas y estatutos, pues bajo el falso motivo de “reforma” se puede traicionar la voluntad colectiva que vio nacer –en años consecutivos– estos consensos de naturaleza política. La debilidad que el MEU refleja en la actualidad es motivo suficiente para que se levanten los sectores más manipulables de las carreras, con el vil ánimo de despedazar el sentido más político que reside en las asociaciones: el valor de asumir posturas que cuestionan el proyecto de universidad bajo el gobierno de las pasadas y actuales autoridades, además de debatir y consensuar ágilmente posiciones que reniegan de la enferma situación nacional, bajo el mando corrupto de los gobiernos de turno.

El congreso estudiantil universitario, o el supuesto remedio que devolverá la fuerza al MEU

“El pasado lleva consigo un índice temporal mediante el cual queda remitido a la redención. Existe una cita secreta entre las generaciones que fueron y la nuestra. Y como a cada generación que vivió antes que nosotros, nos ha sido dada una flaca fuerza mesiánica sobre la que el pasado exige derechos.” Así concluye Walter Benjamín su segunda tesis sobre la filosofía de la historia, obra publicada al castellano póstumamente en 1959, y que recuerda una tarea un tanto nublada en nuestro tiempo, el tiempo de la incertidumbre, de lo reductible, el tiempo de los fragmentos.

Como todas las generaciones, la nuestra se sitúa radicalmente en su tiempo, y no es de ninguna forma homogénea en espacio. En 1968 una generación estudiantil explotaba desde Francia hasta Argentina, y desde México hasta Praga; como proceso de larga duración, los estudiantes de la década de 1960 representaron la negación de los principios, formas y contenidos legados por una generación que, con el culmine de dos guerras mundiales en 1945, arrastraban la más profunda crisis de la modernidad occidental, vanagloriada por el “progreso”, la “civilización”, la “razón” y la “felicidad”. Ésta, como cualquier otra, no construyó su posibilidad como generación fuera de la historia: se alimentó de su pasado, de sus errores, de sus hombres y mujeres, de sus memorias y raíces.

Aquélla “cita” de la que nos habla Benjamin no es, ni podrá ser nunca un encuentro “flemático”, una especie de reconciliación apaciguada por un tiempo continuo y lineal. Más bien, como todo proceso humano, constituye un momento de conflicto donde no siempre la generación presente puede alegar ventajas, resistencia o transformación, sino que la voz enterrada del pasado también revuelve violentamente las conciencias hasta aplastar -en el inevitable andar del tiempo- nuestra apacible espera de un futuro mejor soñando en los laureles de la neutralidad, inacción, el silencio y la complicidad.

El MEU hoy se alimenta de sus propias culpas. Se sostiene como un pulpo que extiende agonizante sus tentáculos, aferrándose a fuerzas y condiciones que ni su muy anónima dirigencia de litigantes puede comprender se desvanecieron con la firma de los acuerdos del 28 de julio en 2016. Un Congreso, el “Primer Congreso Estudiantil: Eduardo Becerra lanza”, parece ser su salvación. Sin ninguna intención auténtica de crítica o restructuración, se continúa exaltando la plataforma del MEU como un espacio que, al margen del conflicto con nuestra realidad, podrá impulsar el cambio que nuestra UNAH y Honduras tanto necesitan; parangonando al héroe patriarcal que aguarda se acabe el berrinche de sus súbditos para acudir a su ineludible salvación, el MEU aguarda al Congreso para limpiar sus demonios y los terribles episodios de inmovilización que derrumbaron procesos acumulados de organización y formación estudiantil desde el Golpe de Estado de 2009, por la comodidad burocrática de “arreglos” con las autoridades que, según ellos, irán de la mano para corregir más diez años de Reforma Universitaria, enmarcada en un proceso de reajuste económico y político desde la década de 1980.  

A la espera del Congreso, las asociaciones agonizan supeditadas a una plataforma que reniega la crítica, la discusión y hasta de los principios lucha que legaron una generación que derramó su sangre en la espera de una época que se fue con el siglo y con sus grandes discursos. Tan miope de su pasado, o más bien, tan absurdamente obstinado de negarlo sin ningún carácter ético o político, desde la “dirigencia” de papel del MEU se sobresaltan entusiastas al proponer un Congreso que impida la infiltración de actores externos, reivindicando, sin embargo, la figura de Eduardo Becerra Lanza, estudiante y mártir en los 80’s por su filiación a la fuerza ideológica revolucionaria que atravesó a Centroamérica con las guerrillas, desde la formación de las vanguardias (en aquel período) de los Partidos Comunistas y el resguardo del bloque soviético en el contexto de la Guerra Fría.

En el 18 brumario de Luis Bonaparte Karl Marx escribía: “La historia se repite dos veces, primero como tragedia y después como farsa”. La comedia se agotó para el MEU. Con el fracaso del consenso del REE y su subordinación a la política de los frentes, la ausencia de unas Normas Académicas consensuadas por estudiantes-docentes-autoridades y una dirigencia incapaz de generar cohesión o suficiente nivel propagandístico que eleve los objetivos de un “Congreso Estudiantil” a verdaderas y reconocidas necesidades de los y la estudiantes, el MEU pasó de bufón con los Frentes -al boicotear éstos sus intentos de elecciones en el 2016- a representar el mayor cómplice de la desarticulación de la autonomía de las Asociaciones de Carrera, la consolidación de la Reforma Universitaria y el pasivo rol de la “Máxima Casa de Estudios” con la crisis nacional.

Del Congreso se espera una transformación que destruya las antiguas estructuras de la plataforma del MEU para construir desde la comunidad estudiantil y popular un sentido humano de la universidad, una academia que pueda proponer, construir y defender multisectorialmente una resistencia al control y destrucción de la naturaleza, el conocimiento, los saberes, los cuerpos y el trabajo. A la “espera” de realizarse tan eufórica utopía, surge expectativa de la extraordinaria “revolución” de una tragedia consumada.

El congreso de estudiantes “Eduardo Becerra Lanza”: hacia un contenido que dé cuenta de la realidad y abandone cualquier tipo de lucubración

El congreso de estudiantes según lo han planteado sus organizadores invoca la gesta rebelde y memorable de Eduardo Becerra Lanza, el joven que oportunamente se negó a guardar silencio por los actos nefastos que los militares encabezaban en la década de los ochentas; su desaparecimiento y el de muchos estudiantes debilitó enormemente a la generación que pudo salir un momento de las aulas universitarias y enfrentarse a la agobiante situación del país, ya carcomido por el intervencionismo norteamericano por un lado y la “doctrina de seguridad nacional”.

Un congreso de estudiantes que ovaciona el nombre del compañero Eduardo Becerra, supone –así lo creemos– un contenido de fondo: reivindicar la vigencia de su lucha política, que no es otra cosa que desasirse del pupitre y arremeter, sin excusa alguna, contra las formas entreguistas de los gobiernos de turno. A Eduardo Becerra le contarían estas posturas, el desagrado del entonces rector Oswaldo Ramos Soto.

El MEU no consiguió en sus moribundas discusiones darse cuenta de lo lejos que está el contenido de su congreso de la memoria del personaje que utilizan como denominativo. Quizá por dos simples razones: el movimiento, o la cúpula que sobrellevó la dirección de éste, no logró concebir acciones que dieran el salto a los problemas agudos del país, solamente logró enquistarse en la liviandad que supuso la revisión de la normativa académica y la participación estudiantil en espacios burocráticos de la universidad.

Lastimosamente el MEU ni siquiera coincide hoy con la franca oposición evidente entre rectoría y la generación de Eduardo Becerra Lanza en aquellos días; seguramente el congreso llevará irremediablemente a una penosa conciliación entre el movimiento y las autoridades. Con todas estas situaciones incontrastables, parece ser que no se le podrá hacer justicia a la memoria del compañero Eduardo Becerra Lanza en este exiguo congreso estudiantil.